El cineasta iraní Majid Majidi ha demostrado en numerosas ocasiones a lo largo de su carrera su preferencia por los personajes infantiles para hablar de temas adultos. En el caso de Hijos del Sol, vuelve a repetir, aunque tomando como elementos principales la aventura y el crimen desde los bajos fondos, para crear un retrato social que nos habla de temas tan importantes como la explotación infantil. Este film, doblemente premiado en Venecia, se estrena en los cines de España a través de Caramel Films este 14 de mayo.
El primer encuentro que tenemos con el joven Ali y su pandilla es en un parquin de un centro comercial. Allí, evitando cruzarse con los clientes que vuelven a sus coches y con los vigilantes, intentan robar las ruedas de vehículos de alta gama. Cuando son vistos, huyen a través del centro comercial hasta terminar en una fuente pública, dándose un chapuzón para refrescarse. El crimen y su huida se convierte en casi un juego. Majidi nos muestra en esos primeros minutos la base del film, la denuncia de los niños explotados laboralmente, y de su irremediable pérdida de la infancia. A esos 152 millones de niños que hay en el mundo y que se ven obligados a trabajar, está dedicada la película.
La banda de Ali
El joven Ali y su banda de amigos se ganan la vida con pequeños crímenes mientras trabajan en un taller mecánico. Un día es reclutado por uno de los jefes de ese submundo criminal para llevar a cabo una misión que solo él puede hacer: hay un tesoro perdido en una alcantarilla a la que solo se puede acceder a través de una escuela cercana. Así que la misión será la de infiltrarse en la escuela y, entre clase y clase, comenzar a excavar un túnel que los lleve a ese tesoro.
El director crea una historia repleta de capas, utilizando la fábula, casi como si fuera un cuento, pero manteniendo un pie y medio en la realidad. Ali es muy joven, pero extremadamente despierto por el puro instinto de supervivencia, y con un mayor sentido de responsabilidad al estar su madre hospitalizada. No son menos vivos el resto de su pandilla, o Zahra, la hermana del más pequeño de la banda, una niña dedicada a la venta ambulante en los vagones del metro. Con ella, el film nos lleva del trabajo infantil a la inmigración, ya que Zahra proviene de una familia de refugiados de Afganistán.
Infiltrados en la escuela
La escuela será el escenario de su misión, pero poco a poco se convertirá en un lugar en el que los niños pueden ser ellos mismos, en el que retomar unos sueños que fuera del recinto desaparecen. Un punto de escape de la realidad, y una plataforma para el futuro desde los estudios, y también desde el deporte. Majidi pone el foco en la necesidad de la educación desde la perspectiva de dos personajes adultos importantes: el profesor de los niños y el director de la escuela. El primero muestra una gran empatía e implicación con ellos, dentro y fuera de las aulas. Sin duda, conoce muy bien cómo son sus vidas. El segundo, nos lleva a la burocracia, y las dificultades de ofrecer un acceso a la educación adecuado a los más necesitados, en una crítica al sistema educativo del país. Ese aspecto realista contrasta con el tono de suspense que el director utiliza en las escenas de la misión en la escuela, al más puro estilo de un film de prisiones. La tensión estará muy presente en cada una de las escenas en que los niños preparan el túnel, aumentando su complejidad y su peligro según avance el metraje.
Actores de sobresaliente
El trabajo actoral de los niños protagonistas es excelente, con una naturalidad desbordante que añade un punto de credibilidad y realismo. La conexión con el espectador es inevitable. Roohollah Zamani compone un Ali complejo, un niño que ya conoce todos los resortes de la supervivencia en circunstancias urgentes y complicadas, y una infancia que se le escapa cada día. Él lleva el mayor peso de la película, y no es sorprendente que se llevara el premio al mejor actor en Venecia. El otro gran personaje del film lo compone Shamila Shirzad como Zahra, la vendedora ambulante. Al ver su interpretación no extraña ese vídeo rodado en el Festival de Venecia en el que Cate Blanchett, presidenta del jurado, se encuentra con la joven actriz alabando la emoción que destila en cada una de sus escenas, y especialmente en una de las mejores del film y punto de inflexión, una conversación con Ali en la estación del metro.
Con Hijos del sol el cineasta Majid Majidi utiliza de manera muy inteligente la aventura e incluso ese subgénero del cine de prisiones para poner la lupa en la problemática de la explotación infantil y esos 152 millones de Ali, Zahra, Abolfazl o Reza que hay en el planeta.
Un texto de Víctor Muñoz