Tras una etapa de lo más prolífica en su (habitualmente activa) carrera, con estrenos de largometrajes anuales e incluso la dirección de ceremonias de Juegos Olímpicos, Zhang Yimou se tomó tres años para preparar su ya penúltimo film (The Great Wall, su última cinta está a la vuelta de la esquina), un delicado drama intimista que no ha requerido un gran despliegue de medios –a pesar de ambientarse en la China de los años 70–, pero tal vez sí un esfuerzo de constricción por parte de un cineasta de quien parece que ya solo podemos recordar sus grandilocuentes (y brillantes) epopeyas históricas con artes marciales. Coming Home nos devuelve al otro Zhang, al que proyecta una mirada propia sobre la realidad, aunque no llegue a la altura de sus mejores logros.
Dos pequeñas escenas nos sirven para dar buena cuenta de una de las principales virtudes de Coming Home. En la primera, una mujer acude a la estación de trenes para recibir a su marido. La vemos engullida por la multitud que se agolpa en la calle. Un par de personas a su lado portan carteles con el nombre de a quien esperan; la mujer les echa una ojeada mientras intenta que los empujones no le hagan perder su posición. Finalmente, el marido no aparece, y unas escenas después la protagonista debe ir a buscarle de nuevo; esta vez, antes de de dirigirse a la estación prepara un letrero con su nombre. La acción sin duda es una consecuencia de la anterior visita a la estación, y explicado así resulta evidente. Lo remarcable es que viendo la película no resulta tan obvio. Primero porque el gesto con el que la mujer se percata de la presencia de los carteles (un fugaz giro de la cabeza) se muestra sutilmente: a distancia y en un cuadro repleto de figuras en movimiento que por momentos llegan a cubrir parcialmente a la protagonista (eso sí, ella aparece bien centrada en el plano, mientras un zoom nos la aproxima poco a poco, destacándola del resto de elementos). Además, la elaboración del cartel no viene precedida de ningún tipo de recordatorio de lo observado en la escena anterior. Si nos dimos cuenta, bien; y si no, habremos entendido igualmente el desarrollo de la acción, pero disfrutado menos de la experiencia de la película, pues ya se sabe que “Dios está en los detalles”.
Zhang Yimou nos ofrece una obra que requiere fina atención por parte del espectador, y no porque su argumento sea enrevesado (todo lo contrario), sino porque sus intenciones con frecuencia se expresan en voz baja. Esto no solo sofistica nuestra relación con el film, además evita que este cargue las tintas en el aspecto melodramático que contiene. Adaptada de una novela de Yan Geling (en quien Zhang ya se basó para Las flores de la guerra -2011-), Coming Home explica la tragedia de una familia cuyo padre ha sido encarcelado por motivos políticos durante la etapa maoísta en China. Tras veinte años sin ver a su mujer e hija vuelve a casa, y se encuentra con que la esposa se ha trastornado y es incapaz de reconocerle. Sus intentos por hacerla recordar se irán cargando de fatalismo conforme se muestren ineficaces, y deberá conformarse con estar cerca de ella pretendiendo ser otra persona. Este material sensible, como decíamos, es tratado con delicadeza pero sin renunciar a la emotividad, y a buen seguro arrancará lágrimas entre la audiencia.
El contexto histórico juega aquí un papel importante, provocando el conflicto que deben sufrir los protagonistas y, a su vez, envolviéndolos en un ambiente depresivo y agobiante (transmitido a través de los tonos grisáceos de la fotografía) que les dificulta superarlo. La película no tiene voluntad historicista, por lo que se prescinde de las explicaciones y de cualquier escena que no tenga que ver con el drama de los personajes. Queda claro, de todos modos, que nos encontramos en la época de la llamada Revolución Cultural, durante la que (entre 1966 y 1976, aproximadamente) se llevaron a cabo sucesivas purgas de personas consideradas contra-revolucionarias, incluso dentro del mismo Gobierno. Zhang Yimou ya se había acercado a este controvertido periodo (aunque oficialmente considerado desastroso por el gobierno chino) en cintas como Amor bajo el espino blanco y ¡Vivir! (1994), y también entonces era empleado como telón de fondo para ‘pequeñas’ historias sobre seres humanos.
Coming Home nos confirma que existe un patrón en la carrera reciente de Zhang Yimou, por el cual entre las diversas superproducciones que tiene entre manos suelen colarse films de carácter intimista (ahí están La búsqueda (2005) o, de nuevo, Amor bajo…), como los que le caracterizaron en los inicios de su carrera. Su pequeña escala (casi se trata de una ‘obra de cámara’) y su estilo contenido la hacen palidecer al lado de las producciones más ambiciosas de Zhang, en términos de mercado, por lo que su proyección se resiente. Pero sería un error pasarla por alto, pues se encuentra entre lo mejor que ha realizado el cineasta durante la última década.
No podemos terminar sin mencionar otro de los principales valores del film, la participación como sufrida esposa de Gong Li, antigua musa de sus películas, con quien no trabajaba desde La maldición de la flor dorada (2006). A pesar de que sigue siendo una gran estrella en China, en ningún momento su presencia es ‘explotada’ en pantalla, pues la actriz aparece convenientemente envejecida y ‘afeada’ para ajustarse a una visión realista de un personaje castigado por la historia. Su trabajo, además, es magistral.
Por Jordi Codó