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¿Pero quién es Takashi Miike?

12/08/2012

Conocimos a Takashi Miike en 2003, cuando un gran número de festivales internacionales empezaron a fijarse en la carrera de este director, y evidentemente, el Festival de Sitges no se quedó atrás. Tras unas perennes gafas de sol y enfundado en una cazadora de cuero blanco de lo más cool, Takashi Miike se paseaba el mes de diciembre de 2004 (única edición que cambió sus fechas de octubre a diciembre) por las instalaciones del Festival de Sitges como si de un moderno yakuza se tratara. El Festival le había invitado como consecuencia de la inclusión en la programación de no una, ni dos, ni tres, ni cuatro; cinco, cinco fueron las películas (Gozu, Graveyard of Honor, One Missed Call, Dead or Alive y Shangri-La) destinadas a dar buena cuenta de la frenética carrera de un realizador, cuando menos atípico y las más de las veces insondable, capaz de cambiar de registro como el que enciende un cigarrillo y de fascinar e indignar a partes iguales con su particular visión de la sociedad, la violencia y el sexo.

Tras la sorpresa que supuso Fudoh: The New Generation (1996), uno de sus trabajos previstos para el mercado videográfico nipón que acabó estrenado en salas, a su paso por San Sebastián, llegaron Dead or Alive (1999), el explosivo inicio de una saga gangsteril que cuenta con tres partes bien diferenciadas en forma, que no contenido, y Audition (2000), primer film de Miike estrenado en las salas de nuestro país, que bien podría resumirse como una retorcida vuelta de tuerca al tema de la masculinidad concretada en la imborrable imagen de una fémina con delantal de cuero, agujas quirúrgicas y peores intenciones. En superficie, ambos títulos no hicieron sino aumentar su fama de trasgresor de culto, aunque en su profundidad, demostraron a las claras que su realizador apuntaba mucho más allá de onomatopéyicos “kirikirikiris”. Posteriores trabajos como la alucinógena City of Lost Souls (2000), su extravagante pieza musical, The Happiness of the Katakuris (2002) o Visitor Q (2001),  filmada en vídeo con un presupuesto radicalmente inverso a su potencial escandalizador al servicio de la unidad familiar, fueron rematados con una de sus entregas más celebrada, Ichi, the Killer (2001), un rollercoaster de violencia sadomasoquista basado en un manga (como muchos títulos de su filmografía) que escondía en la recámara una historia de amor fou como nunca hubiéramos podido imaginar.

Desde su debut en 1991, Takashi Miike cuenta con cerca de noventa títulos en su haber (imaginamos que no tardará mucho en llegar a los cien). Este año ha finalizado tres producciones, dos de las cuales ya están confirmadas para el próximo Festival de Sitges, Ace Attorney y el musical For Love’s Sake, a la espera del tercer título, el thriller Lesson of the Devil, que tiene previsto su estreno en Japón el próximo 10 de Noviembre. Si el cine de culto americano conserva la frase celebre “Klaatu barada nikto!”, pronunciada por un extraterrestre en Ultimátum a la Tierra, Asia sigue poniéndonos la piel de gallina con una extraña repetición. Se trata del “Kiri kiri kiri kiri” que pronunciaba compulsivamente la protagonista de Audition, la aterradora cantinela con la que se presentó ante nosotros el gran Takashi Miike, uno de los muchos cineastas asiáticos que ya han trascendido la etiqueta de directores de culto para convertirse en un figuras indispensables para entender el cine fantástico y de terror de las últimas décadas.

Los sueños

Rodar un chambara es el sueño de cualquier director japonés, creo. Pero con mucho respeto hacia los códigos del género y sobretodo a los numerosos directores que lo han hecho antes que nosotros. No creo que podamos aportar realmente algo muy nuevo a este género, hay películas tan buenas que ya se han hecho.

Lo que me apasiona

La casualidad hizo que después de 13 Asesinos, decidiera volver a hacer una epopeya, pero no tengo intención alguna de encasillarme en ese género cinematográfico. Lo que cuenta es la calidad, no la cantidad. Con calidad me refiero a lo que te apasiona o permite que te sientas libre durante el rodaje. Por otro lado, el otoño que viene voy a dirigir una ficción televisada que se emitirá en segundo prime time con un presupuesto ultra modesto. Pero las películas de pequeño presupuesto proporcionan una excitación que uno solo siente con esos proyectos.

La necesidad y la tristeza

Creo que lo que me atrajo del tema de Hara-Kiri fue la necedad y la tristeza de la incapacidad de anticiparse al futuro cercano. Y, en mi opinión, incluso después de haber visto la película, seguimos sintiendo lástima por la tragedia del protagonista y nos embarga esa tristeza que hace que se te llenen los ojos de lágrimas de compasión por los problemas ajenos. Pero, sin duda, los espectadores captarán diferentes mensajes, cada uno en función de su propia realidad. Creo que un director no puede jamás coartar esa libertad”.

En tándem

Mis “nuevas versiones” tienen muchos puntos en común con las películas originales y, al mismo tiempo, hay diferencias. La cuestión de la originalidad o la quisquillosidad en los detalles insignificantes hace tiempo que quedó zanjada, así que no tiene sentido comparar las obras poniéndolas una junto a otra. Conforman un tándem, en la dinámica de la época en la que han sido creadas.

Los celos

No siento nostalgia de las viejas películas japonesas, pero sí celos. Celos porque los equipos que hicieron esas películas tenían todo lo que han perdido los cineastas japoneses de hoy: su energía, su pasión, los estudios de antaño plagados de sueños y de personas para llevarlos a cabo, la inversión de los estudios en recursos humanos, etc.

Rodar, rodar y rodar…

Me preguntó por qué otros directores no hacen más películas.  Cada uno tiene su ritmo, hay directores que prefieren tomarse su tiempo. Hay directores que reflexionan mucho antes de lanzarse a dirigir por el miedo al fracaso. Quieren estar seguros de que su película funcionará antes de dirigirla. Pero no creo que la vida sea tan larga. De hecho, a mí me gustaría rodar más todavía, cualquiera que sean las condiciones de rodaje.

Artículo basado en el reportaje publicado en la revista CineAsia Vol.2, y en la entrevista que realizamos a Takashi Miike en Venecia.

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