Si formáramos un club con los directores a los que les precede su reputación, Sion Sono podría presentarse a la presidencia. Convertido en uno de los pocos agitadores del cine japonés actual, ha removido las suficientes conciencias (y estómagos, por qué no decirlo) en los espectadores de occidente como para convertirse en uno de los nombres del cine asiático de culto. Es significativo que sus dos últimos trabajos sean producciones de plataformas online, ambas en formato serie pero también con montaje reducido para pasar por los festivales de género del planeta, como el de Sitges, donde se estrenó mundialmente The Forest of Love. Esa versión cinematográfica de este nuevo cocktail 100% Sono también sería la primera en estrenarse en octubre en Netflix, que es quien ha producido este nuevo trabajo del director, y ahora llega a la plataforma su versión serializada, con el doble de metraje de su versión para festivales, superando las 5 horas. Aunque aquellas 4 horas de la magistral Love Exposure fueron la excepción que cumple la regla, con Sono menos vuelve a ser más, y ese exceso de metraje del formato episódico juega de nuevo en su contra, como sucedió con su anterior serie Tokyo Vampire Hotel.
La historia nos lleva aquí por tres caminos diferentes destinados a confluir, empezando por un grupo de colegialas que preparan una versión de Romeo y Julieta en el festival del instituto; unos años después, tres jóvenes se conocen en las calles de Tokio y deciden rodar una película; por otro lado un tipo misterioso, Murata Joe, se pone en contacto con una de aquellas colegialas, Mitsuko, que ahora vive encerrada en casa. El amor, el cine y una truculenta serie asesinatos les esperan en su futuro inmediato.
Este ‘bosque del amor’ es prácticamente un puzle autorreferencial, con numerosos momentos que podemos asociar a muchas de las películas del director. La historia de la reprimida protagonista Mitsuko nos lleva hasta Love Exposure (recuperando incluso uno de sus temas musicales de la banda Yura Yura Teikoku), de nuevo con una corrupta figura paterna, y su contacto con sus compañeras de escuela nos lleva inevitablemente a El club del suicidio. La trama de los jóvenes con deseos de realizar una película y triunfar en el PIA Film Festival (donde el propio Sono fue premiado en sus inicios) se acerca a la de los protagonistas de Why Don’t You Play in Hell?, mientras que tanto el personaje de Murata Joe como el camino por donde lleva a todos los que se cruzan en su camino está basado en el mismo caso criminal que el director tomó como referencia para escribir Cold Fish, aunque esta vez añadiendo una tonelada de humor negro. Y todo con un toque de Noriko´s Dinner Table. Elementos que, tomados de aquí y de allá, conforman una propuesta ambiciosa que pretende indagar una vez más en grandes conceptos como el amor, la familia, el sexo o la muerte. Sono vuelve a utilizar un tono irreal, gran-guiñolesco, para crear ese universo propio exagerado y caótico donde todo vale, casi una parodia de la sociedad japonesa compartimentada y anestesiada.
Todo funciona de forma más fluida en la versión cinematográfica, donde se condensa mucho mejor tanto la historia global como todas esas auto-referencias. La cohesión narrativa juega a favor del carácter intenso que imprime el director, además de la diferencia de protagonismo entre una y otra. En la versión serializada el foco está en las colegialas, estirando su parte de la trama que nos lleva al instituto, y regresa de manera reiterativa a los ensayos de Romeo y Julieta, a los amores y desamores de ese triángulo amoroso que tendrá consecuencias fatales, dejando secuelas físicas y psicológicas. Carga demasiado las tintas reincidiendo una y otra vez a lo largo de toda la serie en las mismas escenas, en los mismos momentos temporales, los mismos recuerdos.
La baza con la que cuenta la versión cinematográfica es el mayor protagonismo de Murata Joe, ya desde su mismo inicio en una escena que no aparece en la serie. Sin duda, uno de los grandes personajes que haya creado el director, este es un embaucador, manipulador, ligón empedernido, megalómano y peligroso timador capaz de ganar para su causa a todo hombre con el que comparta unas bebidas y enamorar a toda dama que le pase por delante. Kippei Shiina (Outrage), que visitó el pasado año el Festival de Sitges para presentar la película y nos regaló unos cuantos momentos agradables, se luce en uno de los grandes papeles de su carrera, aportando un punto humorístico deliciosamente cartoon a una personalidad sádica y negra como el carbón, capaz de ordenar un descuartizamiento, pero también de sacar mágicamente una pianola de debajo de la mesa e improvisar una canción de amor. En la versión serializada su llegada se retrasa y su presencia, aunque constante a lo largo de los episodios, queda eclipsada por los personajes femeninos, por los traumas psicológicos de Mitsuko y su compañera Taeko. En el montaje episódico Sono se expande al hablar de esa historia de amor y desamor, pero también de la vulnerabilidad de la mujer y de las expectativas de la sociedad hacia ellas, de la inevitable imagen de pureza y de su objetificación.
Con Sono uno ya sabe (o debería) a lo que se expone, y Netflix seguro que tenía bien claro que en un proyecto como este el símbolo de +18 reinaría en la esquina superior izquierda de la pantalla. Han pasado casi dos décadas desde el estreno de El club del suicidio pero el director no pierde fuelle y se mantiene fiel a su idea de romper convenciones. En este caso, no solo consigue uno de sus trabajos más logrados de los últimos tiempos, sino también uno de los que se sienten más personales, algo que sus seguidores agradecerán. Y es que, aviso a navegantes, con Sion Sono no suele haber medias tintas y The Forest of Love, tanto serie como película, es un nuevo ejemplo de ello.
Por Víctor Muñoz