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‘Perfect Days’: sonriendo a la vida

11/01/2024

El sabor del sake (An Autumn Afternoon, 1962) se convirtió en la última película que dirigió Yasujiro Ozu. Cuando se han cumplido 60 años del rodaje, el director alemán Wim Wenders ha querido rendirle un homenaje al director japonés rodando en la ciudad de Tokio, y con un personaje que, como en la cinta de Ozu, se llama Hirayama.

Solo un cineasta como Wenders, que tuvimos la oportunidad de conocer en Barcelona el pasado año gracias a la retrospectiva que le dedicó el BCN Film Festival, es capaz de hacer que trascienda su obra. Y no lo hace con grandes elipsis, o apoyándose en un montaje alambicado. El director utiliza la repetición, el día a día de su protagonista, un Koji Yakusho, inmenso.

 ¿Por qué el protagonista de la historia es un trabajador de los aseos públicos? Este oficio, que en muchos países se mira de forma despectiva, en Japón, sin embargo, se ve como un servicio por el bien común de la sociedad.

Hirayama (Koji Yakusho) repetirá cada día los mismos gestos al despertarse: colocar el futón, la almohada y la manta a un lado de la habitación, repasar las últimas letras que leyó en el libro por la noche, limpiarse los dientes, regar sus plantas, coger de forma ordenada una serie de objetos que tiene junto a la puerta de salida y comprarse un refresco de café en la máquina expendedora que tiene cerca de su casa. Cada día, cuando Hirayama salga por la puerta mirará hacia arriba, a los primeros rayos del sol, y le dedicará una sonrisa. No será igual siempre. Hay días que la sonrisa dura algo más, y otros en las que el tiempo es mínimo. A través de la sinfonía de días que compone Wenders, sentiremos que Hirayama es cada vez una persona más cercana. Con la que puedes compartir cosas… Cosas como la vida.

De silencios, rutinas y costumbres… y una banda sonora expléndida

El contrapunto a los silencios que inundan la cinta, la pone una banda sonora que hará soñar a más de un espectador. Temas de The Animals, The Velvet Underground, Lou Reed —con el tema Perfect Day, que da título a la película, Patty Smith o The Rolling Stones, sonarán en la furgoneta que transporta a Hirayama al trabajo. La música, como el movimiento de las hojas de los árboles, irá cambiando, serán momentos únicos, dependiendo del estado de ánimo de Hirayama, y de los personajes secundarios que le acompañarán a lo largo del camino de su vida.

Otro de los aspectos del film, que le otorgan el tono costumbrista de algunas de las películas de Ozu o de Hirokazu Koreeda, son las diferentes localizaciones que vemos a lo largo del metraje. Desde las sofisticadas edificaciones que dedican los japoneses a los aseos públicos, a la izakaya —taberna japonesa habitualmente dirigida por una mujer—que visita Hirayama los días festivos, pasando por los tramos subterráneos en los que se puede encontrar desde tu bar de referencia para una cena rápida, a una librería con las estanterías repletas de libros. Lugares como los baños públicos donde el protagonista se bañará a diario, con el monte Fuji al fondo. Todos los lugares que visitamos hablan de un Japón tradicional dentro de la inmensidad de la metrópolis de Tokio que todavía vive y respira.

Después de hacerse con el Premio al Mejor Actor en el Festival de cine de Cannes, Koji Yakusho podría ganar perfectamente el Oscar al mejor actor, a pesar de que este año Oppenheimer tiene todas las de ganar. Lo que hace el actor japonés es sencillamente prodigioso. Wenders y Yakusho se comunicaban a través del director de fotografía. El actor tan solo habla japonés, pero las miradas de ambos acabaron convergiendo, y con tan sólo unas indicaciones, el actor entendía lo que se quería de él. Nunca un abrazo fue tan cálido o una mirada tan cercana.

Perfect Days tiene la sencillez de las grandes obras. Esas que te hacen abrazar a los personajes para llevártelos a tu casa. Pasa en contadas ocasiones. Unos extraños han sido capaces a lo largo de 120 minutos de algo tan difícil como es sonreír a la vida. A la rutina. A los claroscuros.

¿Para qué dedicar más tiempo a saber el sentido de la vida, entonces?

Por Enrique Garcelán

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