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Lee Chang-dong: diseccionado la sociedad coreana

16/10/2018

Este viernes se estrena en la cartelera española Burning, la última película del realizador coreano Lee Chang-dong, tras su pase por el Festival de cine de Cannes y el Festival de cine de Sitges. Desde que estrenara en 2010 Poesía, el director se había mantenido alejado de la industria cinematográfica, dedicado al mundo de la enseñanza. Tras varios intentos -desarrollo de dos guiones que no cristalizaron en un film-, Lee Chang-dong regresa con la adaptación de un relato corto de Haruki Murakami. Con tal motivo, recuperamos y ampliamos el artículo que publicamos con motivo del estreno de su última película en el año 2010. 

 

Cuando tenía 20 años tenía mis sueños, mis ideales… y eran puros, pero entonces crecí, los perdí, y eso me entristeció. Creo que la dictadura y la matanza de Kwangju, en cierta manera, firmaron la sentencia de muerte para una generación entera. Nos hundimos en la desesperación y nos sentimos traicionados. Así que, en cierta manera, esta traición se convirtió en los cimientos de nuestras vidas”.
Lee Chang-dong no es un realizador al uso. Tampoco lo es la historia de su país. Corea del Sur, país por el que han transitado los intereses de japoneses, chinos o americanos, ha visto cómo, tras la ocupación japonesa al final de la Segunda Guerra Mundial, le seguía una división interna: la de las dos Coreas. Una división aún no superada, causante de una herida no cicatrizada que se agravó con la llegada de la dictadura en lo años sesenta y que persistió en el país a lo largo de tres décadas. El director vive estos hechos durante la adolescencia, cuando los sueños todavía estaban ahí, creciendo, hasta llegar a Kwangju (la matanza de civiles más importante en la historia de Corea producida a principios de los años ochenta), y donde enterró a esa generación a la que él se refiere. Una generación que, por otra parte, va a ser la responsable de la explosión cultural que vive Corea a lo largo de los años noventa: la nueva ola coreana.

De formación literaria, Chang-dong no rueda su primera película hasta llegar a los cuarenta. Con seis películas en su haber, la sexta, Burning, presentada en Cannes donde obtuvo el Premio de la Crítica, puede presumir de ser uno de los autores por excelencia del panorama internacional, además de haber participado activamente en la política democrática de su país, al haber sido Ministro de Cultura de Corea del Sur. Nace en 1954 en Daegu (la tercera ciudad más grande de Corea del Sur). Se licencia en Lengua y Literatura, trabajando en el teatro como director y actor, donde continúa los pasos de su hermano, hasta que en 1983 comienza a escribir novelas de éxito.

No entra en el mundo del cine hasta 1993 (una vez ya ha triunfado como novelista), y lo hace gracias al encargo del guión de To Starry Island (del realizador Park Kwang-su), repitiendo en 1995 con A Single Spark, por el que ganó el Premio al Mejor Guión en los Grand Bells Awards, los premios cinematográficos más antiguos y reputados en Corea del Sur.
 
Pero, ¿cómo es el cine de este realizador? ¿Cuál es el leit motiv que une el conjunto de su cinematografía? Bienvenidos al mundo del realismo nacional coreano.
 
El humanismo en el cine de Lee Chang-dong
 
Al analizar las características comunes a la nueva ola coreana (a ese grupo de realizadores que realizan su ópera prima entre 1995-2001) nos encontramos con un grupo heterogéneo, compuesto por una veintena de realizadores (algo impensable en un mercado como el español, para nuestra desgracia). Un grupo tan heterogéneo, aportará, por tanto, un extraordinario grado de diversidad a su cinematografía. La mayoría de estos jóvenes comparten una importante cultura cinéfila (están al día de las corrientes cinematográficas de Occidente y resto de Asia), gozan de una formación cinematográfica (apertura de escuelas de cine), o pasión por otras artes (pintura en el caso de Kim Ki-duk). Como comenta el crítico coreano Hum Moon-yungla generación cinéfila no puede agruparse en una sola tendencia”. Es evidente que cada uno de estos jóvenes vivirá de una manera diferente el contacto que ha tenido con el cine realizado en otros países. Así, por ejemplo, uno se verá más influenciado por la serie B, otro por el melodrama de los años 50, o por el intimismo de los realizadores europeos. Todo ello, unido a la mezcla de géneros tan común en el cine coreano, nos da la pista para entender el porqué de la diversidad que vive el cine coreano en la actualidad.
 

Los cineastas coreanos no pueden ser inmunes al ambiente social, cultural y político que los envuelve, y todas estas ideas se ven plasmadas en su cinematografía. Desde la Guerra Fría entre las dos Coreas, a films basados en hechos reales, junto con una crítica político-social a la situación que se vive en su país. Ésta es una de las características del cine de Chang-dong: esa lupa en la que convierte su cámara para diseccionar y mostrar al espectador la historia de la Corea contemporánea. Así mismo, Lee Chang-dong no puede ocultar sus orígenes literarios, por lo que será a través de sus personajes como el espectador podrá acercarse a la realidad social que quiere señalar con su cámara. Desde el joven Makdong en Green Fish, a la joven viuda protagonista de Secret Sunshine, el retrato de estos personajes, el humanismo que destilan, se convertirá en la pieza clave para entender su cine.

Parece que hoy en día las personas de todo el mundo, independientemente de sus nacionalidades, religiones o condición social, están enfadadas por diferentes razones. La furia de los jóvenes es un problema particularmente acuciante. En Corea, los jóvenes están teniendo dificultades. Ellos sufren problemas de desempleo. No encuentran esperanza en el presente y ven que las cosas no mejorarán en el futuro. Incapaces de identificar un objeto al que dirigir su ira, se sienten impotentes. Este razonamiento es el que llevó a Lee Chang-dong a dirigir Burning. Jongsu, uno de los protagonistas de la película -su padre está siendo juzgado, su madre le ha abandonado, no tiene ningún trabajo a la vista- vive esta situación de impotencia en un mundo que se está volviendo cada vez más sofisticado, un lugar perfectamente funcional en la superficie, pero que no tiene cabida para un joven como él.

Quiero que los actores se sumerjan completamente en sus personajes, que se pierdan en ellos. Quiero que los espectadores sean arrollados por sus historias”.
Lee Chang-dong
 
Los propios actores reconocen esta forma de dirigir. El gran Song Kang-ho (uno de los actores más reconocidos del cine coreano gracias a sus trabajos en Memories of Murder, The Host o el último Park Chan-wook, Thirst) debutó con Lee Chang-dong en Green Fish: “Lee Chang-dong es mi mentor. Le debo todo. Recuerdo estar andando por el set de Green Fish. Esa película estaba protagonizada por los actores más importantes de Corea en ese momento: Han Seok-kyu, Shim Hae-jin y Mun Jeong-bae. Yo me encontraba allí para mi primera toma y Chang-dong se encargó de presentarme y hacérmelo todo más fácil”. Aunque hay que reconocer que las verdaderamente agraciadas en la carrera de Lee Chang-dong son sus actrices, ya que dos de ellas, Mon So-ri y Jeon Do-yeon han sido galardonadas por dos de los festivales más importantes del panorama internacional, Venecia y Cannes respectivamente, por sus trabajos en Oasis y Secret Sunshine.
 
Los títulos en el cine de Lee Chang-dong
 

No hay duda que un buen novelista no deja al azar el título de sus obras. Como tampoco lo debería olvidar un director de cine, ya que el título forma parte de lo que conocemos como lenguaje cinematográfico. Cuando Lee Chang-dong nos presenta en su primera película a un joven que regresa a casa tras los reglamentarios dos años de servicio militar y se reencuentra con un lugar aparentemente igual pero que ha cambiado, lo hace desde el tren que ha de llevarlo a su hogar, vestido con el uniforme militar. Ese traje de color verde al que se refiere en el título. El joven regresa con sus ilusiones aún intactas, con los deseos y anhelos propios de la edad que vive. Desgraciadamente no será más que un simple pez, una simple ficha, arrojada al arroyo impuesto por la sociedad donde le ha tocado vivir. ¿Qué otra cosa podrá hacer sino formar parte de una banda de gangsters? Poco a poco el joven irá descubriendo la corrupción policial, la dificultad de conseguir un trabajo, etc.…

Los caramelos de menta a los que se refiere el título de su segunda película, Peppermint Candy, película en la que el director hace un minucioso análisis de la Corea contemporánea que nos lleva desde la dictadura a la matanza de Kwangju, o a la crisis económica de los años noventa, siempre estarán presentes para el protagonista. Son aquellos caramelos que le traía su novia de juventud, cuando él, todavía inocente, deseaba convertirse en un fotógrafo. Unos caramelos que siempre le recordarán, con ese regusto amargo, todo aquello que pudo ser pero que por desgracia nunca llegó a conseguir. No hay piedad para un personaje que en los pasajes iniciales del film se planta delante de las vías del tren como desafiando a ese destino que le ha tocado vivir.
 
De la misma manera el Oasis de su tercer film no es más que la metáfora de aquel lugar donde se ven recluidos esos dos personajes marginales (los magníficos Sol Kyung-gu y Moon So-ri, premiada esta última como mejor actriz en el Festival de Venecia). Esas dos personas diferentes al resto de la sociedad (la discapacidad es todavía discriminada por una parte de la sociedad coreana) que encuentran su felicidad en esa casa destartalada donde es recluida Mon So-ri por sus familiares.
 
En Secret Sunshine, Lee Chang-dong realiza un análisis del sufrimiento humano a través del personaje de una joven viuda que decide trasladarse al pueblo de su marido junto a su hijo para iniciar de nuevo su vida. Allí la aguarda un futuro que la golpeará una y otra vez como queriendo probar la capacidad de recuperación y de superación del ser humano. Quizá esta joven viuda podría representar a un pueblo que ha vivido sometido a lo largo de toda su historia, y que ha caído y se ha recuperado de una y de otra situación, para comprender casi al final que esa recuperación, ese deseo de levantarse después de ser vapuleado no viene de fuera, sino que hay que buscarlo en uno mismo. Ese resquicio de luz, similar al de un amanecer, es la puerta abierta que  Chang-dong nos ofrece al final de todo este camino.
 

En referencia a Poesía, el propio Lee Chang-dong, nos explica el proceso de selección del título: “Suelo escoger el título muy al principio. Si no es así, no consigo convencerme de que la película se hará. Hace unos años, unos adolescentes de una pequeña ciudad rural violaron a una chica menor que ellos. Llevaba tiempo pensando en este acto de violencia, pero no estaba seguro de cómo narrarlo en una película. Una mañana muy temprano, en una habitación de hotel en Kioto, mientras veía la televisión, surgió el título, Poesía. Debía ser un programa especialmente diseñado para turistas que no consiguen conciliar el sueño. Mientras veía imágenes tópicas de pájaros sobrevolando un río de aguas mansas con pescadores desplegando sus redes al son de una música relajante, supe que una película construida alrededor de un crimen tan terrible, solo podía llamarse Poesía. El personaje principal y la trama nacieron casi al mismo tiempo. En este viaje, me acompañaba un viejo amigo, un poeta. Cuando le hablé del título y de la historia, me dijo que era un proyecto temerario.”

Basada en el relato «Quemar graneros» del escritor Haruki Murakami -publicado en nuestro país en el libro El elefante desaparece, antología de cuentos del escritor-, Lee Chang-dong decide eliminar del título una de las palabras y dejarlo en un intrigante Burning. Y es que a Lee Chang-dong le encantan los títulos que sugieren, pero que no avanzan demasiado acerca de lo que verá el espectador. En esta ocasión, como ya hozo con Oasis, o Poesía, el realizador utiliza tan sólo una palabra para definir su película… Un film que recoge un sentimiento a lo largo de todo el metraje: la ira contenida. Como sucede en los incendios, será una chispa la encargada de prender el fuego que estallará en un momento de la película.
No son muchas las oportunidades que se presentan en España para ver a un realizador que a la par que comprometido con su país es capaz de realizar un cine que interese al espectador. España tenía a Pilar Miró y unos trajes fueron suficientes para que la enterráramos en el ostracismo. Disfrutar del cine de Lee Chan-dong es un regalo. Ojalá nos dieran muchos más.
Enrique Garcelán (CineAsia)
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