Las películas de catástrofes, por su naturaleza, siempre han tenido un acomodo especial durante el verano. ¿Quién no recuerda Haeundae? El film coreano en el que un tsunami barría en una secuencia la playa de Haeundae. Estrenada el 11 de julio, la película acabó siendo vista por más de 11 millones de espectadores en Corea del Sur.
Japón ha sido sin duda el país que más y mejor ha sabido explotar el género. En parte por su situación geográfica en el cinturón de fuego del Pacífico. Algo que lo convierte en un lugar estratégico para ser destruido por terremotos, tsunamis, monstruos surgidos de la energía nuclear. Así hemos visto como Japón se hundía en El hundimiento de Japón (1973), basada en la novela de Sakyo Komatsu y estrenada en pleno fervor catastrófico setentero.
China no podía ser menos. Y menos en los tiempos que corren donde las superproducciones se han apoderado de las grandes multisalas llevando al cine a cientos de millones de espectadores. Hoy viernes se estrena en nuestra cartelera Cloudy Mountain (bajo el título de La furia de la montaña) de la mano de la distribuidora Youplanet Pictures. Una película épica donde las haya, con un ritmo infernal y un despliegue de medios elevado a la enésima potencia. Una película que sin duda ha de verse en una sala de cine (como bien nos recuerda Tom Cruise antes del inicio de Top Gun: Maverick). Estrenada el 11 de septiembre de 2021 en los cines de China la cinta dirigida por el especialista Li Yun recaudó cerca de 70 millones de dólares.
La trama está íntimamente relacionada con el medio ambiente. Un tema que no puede estar más de actualidad si atendemos a las olas de calor que estamos viviendo verano sí verano también. Cuando está a punto de completarse la construcción de un túnel, fundamental para el desarrollo del ferrocarril, se suceden una serie de desastres geológicos que provocan terremotos, desprendimientos y aludes de tierra, amenazando a toda una región. El experimentado militar retirado Lao, junto a su hijo Xiao, uno de los mejores escaladores de la región, deberán dejar a un lado sus diferencias y hacer frente a la desesperada situación. ¿Podrán sobrevivir a esta amenaza y salvar la vida de 160.000 personas?
Si bien el género de catástrofes siempre suele tener un esquema que se repite (presentación de los personajes, explicación científica del problema a resolver, espectaculares escenas de destrucción, una figura ‘malvada’ que trata de boicotear la solución al problema o salvarse sin pensar en el resto, y un final catártico), en el caso de La furia de la montaña hay ciertos cambios que obedecen a la nacionalidad de la producción: China.
La presentación de los personajes es supersónica (al ritmo de los primeros desprendimientos). Lo que en un film coreano puede durar la mitad de la sesión, en La furia de la montaña sucede tan rápido como los travellings que emplea el director. Por extraño que parezca, este hecho no hace que el espectador no empatice con los protagonistas. Al contrario. Los ve en acción y conoce sus diferencias a ritmo de la escena de acción. Por otro lado, el personaje ‘odioso’ que toda la platea desea que desaparezca del mapa (pero que curiosamente suele morir el último), no tiene cabida en esta producción. Mensaje subliminal número uno: si todos trabajamos unidos, al final haremos frente al problema.
Quedarme con una secuencia de esta trepidante aventura es imposible. Porque hay desde descensos en todoterreno que ni Fernando Alonso podría firmarlos, escaladas en roca de infarto para alguien que sufre vértigo, escenas subacuáticas (uno de los personajes guarda en su memoria un recuerdo en el agua que le persigue desde niño), y ¡cómo no!, reconciliación. El esperado y anhelado reencuentro entre un padre y un hijo que bien pueden representar el pasado y el futuro de China.
Hay películas brillantes. Obras maestras. Films Intimistas. Y también existen películas que son puro entretenimiento. La furia de la montaña (a pesar de la dificultad que tienen las películas asiáticas por permanecer varias semanas en cartel) es uno de los entretenimientos de este verano.
Seguro que hasta el mismísimo Tom Cruise (que nos ha visitado con su estratosférica Maverick) pagaría 10 dólares por ir a verla a una sala de cine.
Una crítica de Enrique Garcelán