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In Memoriam Sonny Chiba (1939-2021)

21/08/2021

El pasado jueves 19 de agosto nos dejaba toda una leyenda de las artes marciales: Sonny Chiba. Según informaba el Japan Times, Chiba había contraído la COVID el 8 de agosto y debido al empeoramiento de su estado de salud fue ingresado de urgencias en un hospital de la Prefectura de Chiba, cerca de su residencia, donde lamentablemente fallecería por complicaciones derivadas de la misma. Tenía 82 años y mucha vitalidad, a pesar de que sus puños no pudieron con la enfermedad.

¡Mamporro va, mamporro viene!

Si Bruce Lee es un mito del kung-fu cinematográfico, Sonny Chiba es el emperador de las artes marciales fílmicas japonesas. Con la mirada concentrada, esas cejas pobladas, su sonrisa desvergonzada y una dilatada trayectoria artística, se convirtió en uno de los actores japoneses más rentables en sesiones de programa doble de los cines de su país, y quién sabe, tal vez de los Estados Unidos. ¿Habría tantos aficionados a sus películas si no hubiese aparecido en Kill Bill? Seguramente no, pero aún podéis redescubrirlo en la serie Street Fighter, todo un clásico del cine de acción que nadie debería desaprovechar.

Un actor de género

Lo primero que hay que saber es que también es conocido como Shinnichi Chiba, aunque su verdadero nombre es Sadao Maeda. Y lo segundo, y más importante, es que no marcó ningún estilo cinematográfico, ya que ha trabajado en prácticamente todos los géneros habidos y por haber. Y es que la serie B japonesa le debe mucho, ya sabéis, esos filmes de artes marciales casposos, esas películas de yakuzas financiadas misteriosamente, ese cine noir de influencia norteamericana, esas comedias baratas que ni el bueno de Peter Sellers sabría cómo encarar, o esas series televisivas fantásticas de ‘sentai’ que ni Jess Franco se atrevería a producir.

Chiba incluso ha intervenido en remarcables ‘chambaras’ de mediana calidad. Eso no significa que sea un actor de segunda, como algunos han promulgado a los cuatro vientos con tal de desprestigiarle, tachándole de mal actor. Lo que sí ha logrado a través de sus variadas caracterizaciones es la manera de interpretar a un personaje sólido y libre (ya sea física o psicológicamente), alejado de las convenciones del cine japonés clásico. Un personaje que se rige por una conducta anárquica; una etiqueta de fábrica que ha influenciado a otros actores japoneses (mirad sino a Riki Takeuchi). Y es que él pertenece a esa generación de actores con una pronunciada personalidad, capitaneada por Akira Kobayashi, Joe Sishido, Ken Takakura o Bunta Sugawara, todos ellos jóvenes talentosos que empezaban a ganarse un dinerillo en el Séptimo Arte. Y no nos engañemos, en una pelea mejor no acercársele, pues el buen hombre, al igual que en sus películas, te puede romper la espalda de un solo golpe, pues domina bastantes disciplinas marciales autóctonas, siendo su especialidad el shorinji kenpo, el kendo, el judo y el ninjutsu.

Los primeros pasos

Sonny Chiba nació en Fukuoka hace 68 años, todo un pimpollo que vivió rodeado de un ambiente militar a consecuencia del oficio de su padre, piloto de pruebas. Aficionado al teatro y al gimnasio, poco le faltó para entrar en el equipo olímpico japonés, pero sus sueños se vieron frustrados a consecuencia de una lesión dorsal crónica. Eso no le hizo renunciar a las enseñanzas de Masutatsu Oyama: un coreano que optó por instalarse en Japón para transmitir sus sabidurías, entre ellas el estilo ‘kyokushinkai’, fundando una escuela en 1961 (Toei llevó a la gran pantalla en 1975 la vida y milagros de Oyama en Karate Bullfighter, siendo interpretada por su pupilo más aventajado, el propio Chiba).

Pero al joven Chiba en esos momentos aún le quedaba mucha senda por recorrer, convirtiéndose pronto en un judoka cinturón negro. Todo este aprendizaje le serviría en un futuro cercano para demostrar que era el mejor actor de su país protagonizando escenas de alto riesgo o peleando en películas de acción. Ningún actor era rival para él. De entrada, tuvo que ganarse el pan como podía, y no fue hasta 1960 que decide inscribirse a un casting de la Toei. Todo un reto, pues en esa década solamente podían entrar a trabajar en este prestigioso estudio personas que tuvieran algún título universitario. Su primera aparición oficial fue en el episodio 5 de Spectral Mask, bajo su primer nombre artístico, Shinnichi Chiba. Pronto conoce al realizador Kinji Fukasaku, que por aquel entonces mantenía (y mantuvo) una afiliación absoluta con la Toei, y bajo su batuta, aparece en algunos productos de acción como The Drifting Detective (1961) o Gyangu 4 (1962). Chiba entró por la puerta grande del cine gracias a Fukasaku, y no se desvinculó en ningún momento de él. Mantenían una buena relación, y ésta dio buenos frutos para el sector cinematográfico japonés, sobre todo en la crisis de los 80.

La amistad con Fukasaku le abrió muchas puertas, y Chiba, al poco tiempo de entrar en la industria, ya coqueteaba con la serie B más artesanal de las manos de Hajime Sato: en Terror Beneath the Sea (1966) con el género fantástico más casposo al estilo Viaje al Fondo del Mar; y en The Golden Bat con la ciencia ficción espacial más marciana y con esos superhéroes de ‘tokuhatsu’ televisivo. Y hablando de la pequeña caja tonta, su emergente popularidad le permitió incluso crear su propia serie televisiva: Key Hunter (1967), cuya planificada logística no le apartó en ningún momento de su faceta como actor. En una entrevista, Chiba describió la filmación de una escena para un episodio de esta serie como “el rodaje más peligroso de su carrera”, concretamente cuando tuvo que saltar de un automóvil en movimiento a una avioneta despegando. Esto lo llevó a plantearse la creación de una escuela de stunts, que germinó en algo más que un centro de reclutamiento de especialistas de cine.

Nace la Japan Action Club

Realmente, los 60 iban a ser la década prodigiosa de Chiba, culminando en la fundación de la Japan Action Club en 1969, una escuela de interpretación muy completa, donde la preparación física era esencial para soportar sus métodos interpretativos y los castañazos a raíz de ellos. Un gran número de stunts se licenciaron en su academia. Entre sus alumnos aventajados: Hiroyuki Sanada (conocido en aquellos tiempos como Henry Sanada) y Etsuko Shihomi (alias Sue Shihomi), dos de sus protegidos con más aceptación en la taquilla (y no sólo la japonesa).

Así pues, en pocos años Sonny Chiba pasó de actor de reparto a empresario del cine. Había nacido toda una estrella japonesa, pero muy pocos lo valoraban, y menos fuera del territorio nacional. Pero él seguía adelante, empezando los 70 con muy buen pie, concretamente con la trilogía de Yakuza Deka (1971): a través de la interpretación de un brutal policía que se infiltra en bandas yakuzas para desenmascararlas desde dentro. Una película en la que por fin demostró todo su potencial en las artes marciales. Algo sosas en su conjunto, y más partiendo del bagaje fílmico de Yukio Noda (todo un especialista en este tipo de producciones), esta trilogía es de ésas que marcaron escuela en su momento (el ‘estilo Toei’ y su horda de cineastas especializados en productos de acción). La misma fórmula se repetiría en el díptico Bodyguard Kiba (1973), nada que ver con las películas ‘direct to video’ que Takashi Miike rodó a principios de los 90. Hasta que Fukasaku lo reclama otra vez, y no precisamente para una película de programa doblem sino para participar en Battles without Honor & Humanity: Deadly in Hiroshima (1973), el segundo film de la longeva saga de familias yakuzas, donde tenía un rol bastante destacable como Katsutoshi Otomo, futuro jefe de las salas de juego del clan Otomo (el actor fue sustituido en la cuarta parte por el mismismo Joe Sishido, otro actor de moda). Pronto empezaría la ‘era Chiba’, sobretodo cuando sus películas empezasen a pulular por las roñosas salas de barrios marginales estadounidenses. Aún le quedaban unos añitos.

Se fue el dragón y entró el lobo

Y es que por aquel entonces, otro personaje de ojos rasgados estaba acaparando la atención de la prensa internacional: Bruce Lee. Sus patadas voladoras dejaban pasmado al más dormido. Desgraciadamente, el pequeño dragón nos dejó en 1973, y con él, toda una legión de admiradores que rendían culto a las artes marciales. El público ansiaba más películas tipo El Furor del Dragón u Operación Dragón, y algunos oportunistas rodaban productos de bajo presupuesto con incipientes clones de Lee. Pero el público no era tonto, y los distribuidores se dieron cuenta de ello: debían buscar otra gallina de los huevos de oro, que fuera creíble dando mamporros, y a ser posible, que viniese de Asia. Ese alguien fue Sonny Chiba, que con esos gritos a lo Bruce Lee mientras peleaba (algunos exagerados o incorporados en el doblaje inglés), era ideal para convencer a los aficionados del cine de artes marciales.

El espectador especializado descubrió en él un prototipo de hombre japonés muy anclado en la tradición del guerrero solitario, del ‘ronin’ más peligroso. Por esa época, Chiba había iniciado Street Fighter, una serie de películas que fueron adquiridas rápidamente en occidente para su comercialización inmediata, dobladas sin escrúpulos. En Street Fighter se nos presenta a Takuma Tsurugi (los yankis creyeron que Terry era más apropiado para su público), un mercenario karateka de Okinawa que se alista a la yakuza para realizar todo tipo de misiones suicidas. Personaje amoral, machista y brutalmente violento, la Toei explotó este personaje hasta límites inimaginables, ideando un ‘spin-off’ de la saga con la hermana de Terry (encarnada por Etsuko Shihomi), que sólo Buda sabe de dónde salió. En total, Terry Tsurugi y Tina Long (¿fue culpa del inicio de la carrera en solitario de Tina Turner el que se bautizara así al personaje de Shihomi?) protagonizaron hasta 7 aventuras rodadas por Shigehiro Ozawa y Kazuhiko Yamaguchi.

Pero hubo más, ya que las distribuidoras internacionales se dedicaron a comprar los derechos de todas las películas de la Toei en las que Chiba se rompía las costillas, léanse: The Executioner (1964), que fue la primera vez que se puso a los servicios de Teruo Ishii; o la imprescindible The Killing Machine (1975), con una puesta en escena de Norifumi Suzuki impecable. Otro de los papeles destacados de esta época fue la interpretación que hizo de Golgo 13, célebre antihéroe del manga de espionaje diseñado por Takao Saito, en Kowloon Assignment (1977). Años atrás, la Toei ya había estrenado un film del Duke Togo, pero protagonizado por un Ken Takakura que no obtuvo el beneplácito de su público, por lo que decidieron darle una oportunidad a Chiba, que era ideal para encarnar al asesino amoral, trasladando la producción a Hong Kong. Yukio Noda, que era su director, intentó ofrecer un producto tan original que al final el Golgo 13 de Chiba parecía más una producción rodada por alguna productora hongkonesa en bancarrota, que no por una ‘major’ con tanta solvencia como la Toei. Más curiosa resulta aún la operación comercial realizada con Gekisatsu! Judo Ken (1977), una discretísima producción Toei (dirigida también por un Noda en sus últimos estragos como cineasta), que se vendía al actor bajo la falsa apariencia del Bruce Lee japonés, distribuyéndose inicialmente como Soul of Bruce Lee, en clara referencia al pequeño dragón de Hong Kong. Pero el público ya conocía a Chiba, y en posteriores ediciones en vídeo se podía encontrar con el título de Soul of Chiba (¡como si éste hubiese pasado a mejor vida!). Todo un despropósito. Incluso le llovieron ofertas internacionales con la patética Karate Kiba (1976), rebautizada como The Bodyguard.

El Chiba versátil de los años 80 y 90

De la noche a la mañana Sonny Chiba se había convertido en un mito en Estados Unidos, país en que falsos karatekas abrían gimnasios o dojos en céntricos barrios neoyorkinos o de Los Ángeles, en honor a su nombre (pillad algún documental en vhs estadounidense dedicado al actor y veréis la sarta de impostores que pululaban por esa época). Pero Chiba quería limpiar un poco la imagen artística a consecuencia de la filia generada por sus películas de acción.

El actor, por su parte, seguía su carrera por tierras niponas, probando con nuevos papeles que le sirviesen para obtener pequeños beneficios y salir de su encasillamiento: si en 1975 había participado en la novedosa Pánico en el Tokio Express/Bullet Train (un thriller que había funcionado medianamente bien sobre una amenaza terrorista en el ‘shinkansen’), a medida que se acercan los años 80 interviene en películas distintas, como Los Invasores del Espacio/Message From Space (1978), una ‘space opera’ orquestada por un Fukasaku discorde con su estilo, y que originó una secuela en formato televisivo (la respetada San Ku Kai, protagonizada por Sanada y Shihomi); la ambiciosa Time Slip, Eclipse en el Tiempo/G.I.Samurai (1979); o la apocalíptica Exterminio/Virus (Fukasaku again, 1980). Incluso llegó a participar en Fall Guy (más Fukasaku, 1982), una comedia sobre la propia industria del cine japonés.

Pero sin duda alguna, el momento clave en su vida profesional fue aceptar el papel de Hattori Hanzo en Shadow Warriors (Hattori Hanzo: Kage no Gundan), una serie que se mantuvo en antena hasta cuatro temporadas y que le permitió penetrar de lleno en las películas de samuráis y de ninjas, su especialidad en los 80 (y aunque él no quisiese, el producto perfecto para el público occidental). De entre todas ellas, subrayaríamos como curiosas: Shogun, el Guerrero Ninja/Shogun’s Ninja (1983), bajo el auspicio de un descerebrado Norifumi Suzuki; Samurai Rencarnation (1981), que es extremadamente gore; y La Leyenda de los 8 Samuráis (1983), una encomiable cinta de aventuras facturada también por Fukasaku, cuya adulteración occidental provocó la ausencia de la banda sonora original. No venían muy buenos años para Chiba, que terminó refugiándose en la televisión o en subproductos baratos de filmografías tan equidistantes entre sí como la hongkonesa y la americana. Hasta que Andrew Lau llamó a la puerta de su agente y le ofreció el papel de ‘malo’ en Storm Riders (1998), recuperando de forma provisional la popularidad de los 70. ¿Quién le iba a decir que al cabo de cinco años Tarantino lo ficharía para Kill Bill?

Viejas glorias nunca envejecen, pero tampoco brincan demasiado

Sí amigos, sólo Tarantino podía tener esa mente calenturienta para presentar en sociedad a un actor que, no nos engañemos, sólo conocían los abonados a las ‘películas de tortas’ de sábado noche. Tarantino le dio un rol secundario en Kill Bill (2003), pero básico para el desarrollo final de la primera parte: el viejo fabricante de katanas Hattori Hanzo regresaba, el mismo personaje de Shadow Warriors, ahora algo envejecido y todo un gourmet del sushi, maki y sashimi. Sorprendiendo a propios y extraños, el público veneró al actor ahí por donde acudió en la presentación del film. Sea como fuere, Chiba volvió a convertirse en un actor de culto, mítico, tan sólo por sus breves escenas en un film que, en cierto modo, le rendía tributo: Tarantino contrató a Kenji Oba (miembro del Japan Action Club) para encarnar al ayudante de Hanzo y a Julie Manase (la hija de Chiba) para interpretar a uno de los ‘88 Maníacos’, además de utilizar el nombre de O-Ren para el personaje de Lucy Liu (éste era el que utilizaba Shihomi en la serie Shadow Warriors).

De hecho, Tarantino ya homenajeó al actor cuando escribió el guion de Amor a Quemarropa, pues mientras Patricia Arquette tiraba sus palomitas encima de Christian Slater en una ‘grindhouse’ de mala muerte, en la pantalla aparecía Terry Tsurugi machacando a japoneses en la primera parte de Street Fighter: sí señores, los dos amantes se conocieron en una maratón completa de la serie (¡incluso salían los rótulos en la entrada del cine!).

De todos modos, hay dos producciones previas que son dignas de mencionar: Deadly Outlaw Rekka (2002), ya sea porque es de Miike; y Battle Royale 2 (2003), ya sea porque trabajó hasta el final con Fukasaku (recordemos que el film lo terminó su hijo, a consecuencia de la muerte prematura del padre a medio rodaje).

Tras su aparición en Kill Bill, el currículum profesional de Sonny Chiba sólo aumentó con la comedia Survive Style 5+ (2004); la cinta de acción de Hong Kong Explosive City (2004); y la olvidable A Todo Gas 3: Tokyo Drift (2006). Desde entonces ha ido apareciendo regularmente en pequeños seriales de V-Cinema sobre clanes yakuza, como True Kyūshū Yakuza (2006) o Kanto Gokudo Association (2014-2015) Tal vez sea en Masters of Thunder (2006), dirigida por el especialista marcial Kenji Tanigaki (el que coreógrafo de las secuencias marciales de los live-action de Rurouni Kenshin) donde el actor siguió demostrando ese conocimiento marcial que transmitía en el pasado.

Su última batalla ha sido con la COVID y por desgracia no ha podido derrotarla. De todos modos, preferimos recordarlo en sus míticas peleas, en las que tumbaba al enemigo de un golpe seco, mientras nosotros, pobres neófitos en la materia, brincábamos en la butaca del sofá. Puede que él ya no brinque demasiado, pero La vitalidad de ese guerrero que siempre se levantaba del suelo, es la que permanecerá en nuestras retinas.

Un texto de Eduard Terrades Vicens

(a partir de su texto original para la revista CineAsia Vol.17)

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