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Hara-Kiri: Muerte de un Samurai (Japón, 2011)

15/08/2012

Ficha Técnica: Año: 2011. País: Japón. Director: Takashi Miike. Duración:125 m. Género: Chambara. Protagonistas: Ebizo Ichikawa, Eita, Koji Yakusho, Hikari Mitsushima. Guión: Kikumi Yamagishi. Música: Ryuichi Sakamoto. Estreno en España: 15 de Agosto. Distribuye: Avalon. Más información: Avalon.

“Mis nuevas versiones tienen muchos puntos en común con las películas originales y, al mismo tiempo, hay diferencias. Conforman un tándem” (Takashi Miike, 2011). Tras la incursión de Takashi Miike en el género del chambara en 2010 con 13 Asesinos (basada en un clásico de la Toei no muy conocido de título homónimo de 1963 dirigido por Eiichi Kudo), en la que combinaba el clasicismo del género, junto a lo que muchos denominan “momentos Miike”, que se aprecian sobre todo en la segunda parte de la cinta con la explosión de la acción, el aficionado estaba expectante ante su nueva incursión en el género, en la que el director nipón había escogido uno de los cinco chambaras clásicos por excelencia: Seppukku (1962) de Masaki Kobayashi. Viendo las dos películas, uno llega a la conclusión de que ambas, con estructura similar pero no idéntica, llegan al mismo objetivo: el sufrimiento humano y la falsedad del honor de superficie, trasciende a épocas, a géneros, a países.

“Pero en un mundo de paz, no hay esperanza” (Hanshiro Tsukumo, 1630). Poca o ninguna es la esperanza que alberga el samurai Hanshiro Tsukumo, y que le lleva a las puertas de residencia del clan Li. En el año 1630, inmersos en la época Kan’ei, la paz ha llevado a la caída de clan de Geishu y sus 12.000 guerreros con él, situación que conduce a muchos de ellos a la miseria. Hansihiro, uno de estos guerreros, solicita llevar a cabo el ritual del harakiri dentro de los muros del clan Li, uno de los clanes más honorables del reino. En su interior, el samurai conocerá la historia de Motome, un joven ronin que unos meses atrás había llegado a la misma residencia con las idénticas intenciones. La trágica historia de Motome será el desencadenante de una historia de honor, sufrimiento y amor como pocas se han escrito en la historia del cine.

“La originalidad es volver al origen”. (Antonio Gaudi, 1911). El arquitecto Antoni Gaudi siempre lo tuvo claro. Evidentemente rodar un chambara es el sueño de cualquier director japonés. Takashi Miike lo hace con la humildad de saber que es muy difícil que pueda aportar algo nuevo, respetando los códigos del género y a los directores que le han precedido. Quizá éste sea su mayor logro y a la vez, lo que le ha permitido complementar el film de Kobayashi, partiendo de la misma estructura. El recurso narrativo en el que se apoyan ambos films es el flashback (recurso estilístico utilizado habitualmente en el cine negro, donde la narración fragmentaria rompe la continuidad temporal). Este mismo recurso es utilizado de dos maneras diferentes, complementarias. Mientras Kobayashi plantea varios cortes en la narración lineal para contarnos el pasado de Hansihiro Tsukumo, Miike lo hace de una sola vez, en un solo flashback (de una hora de duración), lo que nos permite ahondar en aspectos de la vida del samurai que Kobayashi había obviado mediante elipsis (Miho y Motome se conocen de niños, el crecimiento de su relación de amor, la historia del primer seppuku simulado) profundizando así en la carga dramática de los personajes.

“Un manjar pierde su sabor, si no se comparte”. (Miho, 1635). Frase que le dice Motome a su amada Miho al compartir uno de los dos pasteles de arroz que tienen para comer. El amor, el compartir aquello que se tenga por escaso que sea, es uno de los leit motiv de la película. Porque por encima del honor de un guerrero (o de cualquiera) se encuentra el honor como  persona. Es así como el joven Motome, apasionado por las letras y el estudio, se irá deshaciendo uno a uno de sus libros, para poder alimentar a su mujer enferma, hasta llegar a su última decisión: deshacerse o no de la espada de samurai que le cedió su padre, el mayor símbolo de la honorabilidad y respeto para un guerrero. De ahí la fuerza que tiene la presencia de las espadas de bambú (en dos momentos puntuales, uno idéntico al del film de Kobayashi, y otro un acierto de guión en la entrega de Miike, que no adelantaré para aquéllos que no hayáis visto todavía la película).

“Hablas de honor: ¿qué honor? Mi destino de hoy, puede ser el de cualquiera de vosotros mañana” (Hanshiro Tsukumo, 1640). Hay muchos aspectos de Hara-Kiri, también descritos en El Ocaso del Samurai de Yoji Yamada, en los que se nos presenta el samurai desprovisto del aura de héroe que ha vivido en otros chambaras, alejado de las grandes batallas, de los grandes momentos en los que demostrar su valor. Honor y valor, virtudes que pierden su valor cuando son mera apariencia (el clan Li buscará aleccionar a aquellos samuráis que simulen el harakiri, aunque para ello tenga que sacrificar la honorabilidad de alguno de sus miembros). Un tema este, el del honor, que podría tener ejemplo no ya en el Japón de 1630, sino en la sociedad en la que estamos viviendo en la actualidad, en la que no son pocos los samuráis errantes (indignados), capaces de reclamar el hara-kiri frente a los que les gobiernan (banqueros y otros señores feudales modernos).

Son muchos los momentos en los que la película nos deja sin habla. Son muchos los momentos en los que la actuación de sus actores brilla sobre el lienzo blanco, un excelente Ebizo Ichikawa (a los que muchos cuestionaban antes de ver el film si sería capaz de dar la talla del enorme Tetsuya Nakadai, y que está inmenso en su papel), o Koji Yakusho, uno de los grandes tesoros vivos del cine japonés (alter ego del director japonés Kiyoshi Kurosawa con el que ha trabajado en numerosos proyectos). Son muchos los momentos en los que la música de Ryuichi Sakamoto nos atenaza inundando la sala como si fuera el aire que respiramos. Gracias a todos estos momentos, puedo decir sin temor a equivocarme, que el gran Takashi Miike, es uno de los muchos cineastas asiáticos que ya han trascendido la etiqueta de directores de culto para convertirse en figuras indispensables para entender el cine de las últimas décadas.

Lo Mejor: Tener la oportunidad de ver Hara-Kiri: Muerte de un Samurai en las salas de cine.

Lo peor: Perdérsela.

Enrique Garcelán (CineAsia)

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