De un tiempo a esta parte la animación ha dejado de ser un terreno exclusivo para los más pequeños de la casa. Los animadores han puesto su punto de mira en un público adulto, lo que les permite abordar temáticas alejadas del universo Disney que se ven en los grandes multicines. Así han cobrado vida películas como Persépolis, opera prima de la directora iraní Marjane Satrapi, que nos transporta, a través de los recuerdos de infancia y adolescencia de la realizadora, al Irán de la Revolución Islámica. Otro caso es el del realizador coreano Yeon Sang-ho, que antes del dirigir el blockbuster Train to Busan había iniciado su carrera en el mundo de la animación, abordando temas de calado social como The King of Pigs (con el bullying como eje de la narración) o The Fake (donde ponía en cuestión a la sociedad coreana ofreciendo su cara más oculta). Y si nos centramos en el genocidio camboyano perpetrado por los Jemeres Rojos, reparamos que este tema ya había sido llevado a la pantalla por parte del documentalista Rithy Panh en su alabada La imagen perdida, nominada al Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa.
“Funan es la historia de una familia. De una mujer … de mi madre”. De esta manera describe el realizador francés de ascendencia camboyana Denis Do su opera prima, la extraordinaria aventura de una mujer que pierde a su hijo en el inicio de un conflicto bélico, y su lucha por recuperarlo.
Nos encontramos en Camboya, año 1975. Los Jemeres Rojos, liderados por Pol Pt, entran en Nom Pem, la capital camboyana, y ordenan a toda su población la marcha hacia los campos de trabajo. Durante el traslado, una mujer (Chou) perderá a su hijo, siendo este apartado de la familia y conducido a otra parte del país. ¿Podrá recuperar Chou a su hijo? ¿Estará dispuesta tanto ella como su familia a pagar el precio para dar con él?
Nada más arrancar la película, cuando suenan los primeros compases de una música tradicional, el director nos introduce en una familia corriente que vive en la capital del país. Mientras la madre juega con su hijo, el padre regresa a casa. Se escucha una canción en la radio. Cuando el hombre llega a su hogar, después de saludar a su hijo, se dirige a la cocina donde le espera su mujer. Se acerca a ella sigilosamente y la coge por la cintura. También acerca sus labios para soplarle junto al oído. En un plano que el realizador repetirá a lo largo de la historia y que resume el amor, la entereza y la lucha de una familia (un pueblo) por recuperar su dignidad. Con este plano, Denis Do, rinde homenaje a su madre, y a todas aquellas familias que dejaron a alguien atrás durante el genocidio camboyano.
Dice Dennis Do que ha utilizado la animación para contar esta historia porque siente pasión por el dibujo. Algo que se aprecia a lo largo de una película que no pretende juzgar lo que se hizo en aquellos momentos. El joven director describe la vida de gente corriente sometida a una situación extrema. Y cómo esta encuentra el camino para sobrevivir. Una mirada no a la barbarie sino al camino que puede llevarle al perdón. Y es desde el perdón, donde la película cobra una fuerza que escapa a cualquier entendimiento.
Un texto de Enrique Garcelán