Cuando la mayor parte de la gente sensata que habita en Las Palmas todavía no se ha despertado, la habitación 419 del hotel Tryp Iberia se encuentra en un auténtico caos: ropa en proceso de doblado esparcida por la cama, catálogo del festival en paradero desconocido, gafas de sol puestas, en solidaridad por los días de calor pasados… No es fácil concentrarse ante tal panorama, por lo que decido, en una de las escasas ideas que se me ocurren esta madrugada, subir hasta la piscina del hotel y beberme lo que queda en el botella de sake de golpe. Seguro que me inspiro, me digo.
Si los lunes son los días estrella en un festival, los días que tienes que hacer la maleta y regresar a tu lugar de origen, guardan una enorme similitud con el último día de tus vacaciones. A saber: haces balance de lo vivido, te paseas por los lugares que has recorrido en un intento de llevarte una parte de ellos a casa y, evidentemente, te despides de los amigos, de la gente con la que has convivido estos días (le dices adiós a la sonrisa de la taquillera de los Monopol, a los camareros de La Vespa que han multiplicado las raciones para que «pases» de la guardar la línea, a los críticos que aún tienen la suerte de quedarse unos días más, al equipo del Festival…)
Pero había una persona de la que me quería despedir de un lmodo especial. Bueno, más que una son dos, ya que funcionan como un equipo. Me refiero al realizador japonés Kazuo Hara y a su compañera a la par que productora Sachiko Kobayashi. Mis compañeros de viaje a lo largo de estos días a través de los documentales que componen la retrospectiva «Touching Extremes», análisis de cuatro personajes extremos del Japón contemporáneo. Ayer se celebró a las 21 horas la master class que cerraba el ciclo, aunque la verdadera clase megistral había comenzado días atrás, extendiéndose a lo largo de cada una de las proyecciones que han compuesto el ciclo, cuando la pareja compartía en el cine sus experiencias, el porqué de sus proyectos, estableciéndose una relación muy especial entre Kazuo, Sachiko y los espectadores del ciclo. Una relación alumno-profesor difícl de conseguir a lo largo de un festival.
Con la proyección de A Dedicated Life (Japón, 1994), unas horas antes, se cerraba oficialmente el ciclo dedicado a Kazuo Hara. El film está dedicado a la figura del escritor Mitsuharu Inoue: un personaje contradictorio y complejo, admirado por sus alumnos y colegas, a la par que mujeriego empedernido y mentiroso compulsivo. Desde luego Mitsuharu supo elegir a la perfección una profesión, la de escritor, en la que fabular y mentir está a la orden del día. El documental es un canto a la vida, a la pasión por hacer lo que quieres hacer, complementada por la lucha emprendida por el escritor a lo largo de sus últimos años de vida, contra el cáncer que poco a poco va minando su salud… que no su ánimo.
Pero la jornada había tenido su punto de partida unas horas antes. A las doce de la mañana. Horario de la proyección de la cinta china incluída en la Sección Oficial The Ditch (Wang Bing, 2010). La odisea de un grupo de ciudadanos considerados por el gobierno chino a finales de los años cincuenta como «disidentes de la derecha» por sus críticas al Partido Comunista, enviados para su particular «reeducación» a los campos de trabajo de Jiabangou, al norte de China en pleno desierto del Gobi, es un golpe duro, difícil de digerir.
El realizador Wang Bing ya había conseguido captar todo mi interés a través de su ópera prima West of the Tracks, un documental que consta de tres partes, Rust (óxido), Remnants (vestigios) y Rails (raíles), filmado entre 1999 y 2001, y que muestra cómo el área industrial del distrito Tiexi en Shenyang, en otro tiempo un ejemplo de la vibrante economía socialista china, se sume lentamente en la decadencia. En The Ditch, Wang Bing se sirve de una estructura de cine carcelario, para sumergirnos en las miserias del ser humano. La cámara no da ninguna tregua al espectador. Muchos son los momentos en los que te entran ganas de abandonar la sala. El espectador sabe que el terror que está contemplando, (el silencio del cementerio donde depositan los cadáveres, el grito ahogado de la mujer que llega de Shangai buscando a su marido, la conversación entre dos de los guardas del campo…) a años luz de las torturas que puede mostrar la saga de Saw al completo, es real. Proviene de lo más oscuro del ser humano.
Solo un pero a la cinta de Wang Bing (una de las posibles ganadoras de la sección Oficial). Carece de luz. No hablo de una tabla a la que agarrarte antes de ahogarte entre la arena del del desierto, me refiero a esa luz que me niego a pensar que no apareciera en momentos como los que vivieron este grupo humano durante los años 50. Una luz, similar a la del amancer en el desierto del Gobi.
Botella de sake vacía. La gente comienza a despertar en Las Palmas. Buen momento para despedirse. De los hermanos Farrelly, de la Tailadia rural de Eternity. De Jia Zhangke y las calles abarrotadas de Shangai. De norcoreanos y chinos. De Journals of Musan y The Ditch. Y como no, de Kazuo Hara y su mujer Sachiko. Todavía parece que les veo abandonar la sala de los cines Monopol. Ojalá alguien hiciera algún día un documental sobre vosotros. Sobre vuestra manera de entender la vida y el cine.
Hasta pronto, cineasiáticos.
Enrique Garcelán