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Centenario de Satyajit Ray, la joya de la cinematografía India

02/05/2021

“No haber visto el cine de Satyajit Ray es como existir en el mundo sin ver el sol o la luna”

Akira Kurosawa

Dos hermanos están en un campo. Oyen un ruido en la lejanía… Es lo que estaban esperando, así que corren a través de los cultivos, tropezando, hasta llegar delante de las vías. La locomotora llega atronando como si el mundo se viniera abajo. Es la primera vez que el pequeño Apu ve un tren en marcha, y todavía no lo sabe, pero en su futuro se va a subir en esos trenes muchas veces, en circunstancias de esperanza, y también de tristeza. La locomotora pasa, y deja una neblina de humo negro, que se dispersa poco a poco.

Cuando rodaron esta escena, era la primera vez que tanto el director Satyajit Ray como su director de fotografía Subatra Mitra tenían en sus manos una cámara. La película se llamaba Pather Panchali – La canción del camino, y Ray llevaba tiempo con el proyecto en la cabeza. Era su film debut como director, aunque su única experiencia en la industria del cine era la de haber sido el guía de Jean Renoir cuando este rodaba El río en Calcuta, además de ayudarle en algunos aspectos de la producción. Poco pudo pisar el set de rodaje Satyajit Ray, ya que su trabajo como diseñador, un campo en el que tenía un gran reconocimiento profesional, le tomaba la mayor parte su tiempo.

Una visita precisamente por su trabajo a Londres terminaría de convencerle de que su pasión casi enfermiza por el cine tenía que llevarle detrás de una cámara. Allí asistió a un pase de El ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica, y supo en aquel instante que ese era el camino; el cine de India no estaba mostrando la realidad de sus calles y sus vidas, y él quería hacerlo. El proceso para sacar adelante Pather Panchali – La canción del camino no fue nada fácil, ya que no tenía demasiados contactos con la industria del cine, pero Ray sacó adelante el proyecto de manera independiente, revolucionando el cine de Bengala.

Nacía el Parallel Cinema, una corriente que pondría la cámara en las calles en lugar de los fastuosos melodramas de estudio de la época.

Cuando hablamos de directores verdaderamente imprescindibles en la historia del cine, tenemos que incluir en la lista a Satyajit Ray. Su obra, poética, rica en matices, majestuosa, cinematográficamente impecable, es prácticamente un milagro del séptimo arte. Cuando Ray se lanza y deja su carrera como diseñador para centrarse en el cine, contaba con una ventaja. Ray, o Manik (joya), como era conocido por todos, era un genio multidisciplinar. Su pasión por el celuloide era desorbitada, y el estudio minucioso de las películas que pasaban por sus retinas, su escuela de cine particular.

Pero además, Satyajit Ray tenía un conocimiento del mundo literario y musical que le convertían en un auténtico erudito de las artes. Su familia tenía un pasado muy relacionado con la cultura: por no viajar más atrás en su árbol genealógico, su abuelo, pintor, escritor, editor… había sido buen amigo del premio nobel de literatura Rabindranath Tagore, una amistad con una figura capital de la cultura india que se mantendría en la familia. El padre de Satuajit Ray, que falleció siendo muy joven, también era escritor y poeta. Las circunstancias económicas de la familia cambiarían, y aunque Ray tuvo una educación importante tanto en la universidad como de motu proprio –desde joven coleccionaría libros y discos de música clásica-, también sabía el trabajo duro que realizaba su madre para mantener a la familia, algo tendría una gran influencia en su mirada a la mujer en la gran pantalla.  

Ray rodaría desde su primera experiencia prácticamente todo tipo de géneros. Se daría a conocer en occidente por sus dramas neorrealistas como la Trilogía de Apu, pero uno de sus films más populares en India sería una comedia musical, The Adventures of Goopy and Bagha. Rodó cine ambientado en tiempos pasados, como la majestuosa La sala de música, pero también nos hizo respirar el aire de la Calcuta contemporánea en títulos como ese retrato de una mujer que toma un trabajo en La gran ciudad. Y es que la mujer sería uno de los grandes temas de su obra, su reclusión por las convenciones sociales (El mundo de Bimala, El cobarde) o religiosas (La diosa), y su liberación a través del trabajo (La gran ciudad), o de las artes (Charulata). Su cine mantenía un punto claramente social, y aunque a veces se le achacó la falta de posicionamiento político, con títulos como El adversario o El intermediario, el directormarcó claramente su postura ante los turbulentos años 70. El cine de género llegaría con dos de sus grandes creaciones multimedia, con las historias de misterio del detective Feluda, al que inventó en papel y trasladó al cine en varias ocasiones, como a otras de sus creaciones literarias, el Profesor Shonku y sus historias de ciencia ficción. En sus últimos años, tras sufrir un ataque al corazón, tuvo que rebajar el ritmo de trabajo, pero nos dejó dos títulos capitales en su obra como El enemigo del pueblo y su testamento cinematográfico, El extraño, un film que bien podría estar protagonizado por un alter ego del propio director.

La mirada de Ray es cine en su estado más puro, y su filmografía puramente autoral. Las influencias son múltiples, pero el cine de Ray es 100% Ray. Su control era total sobre todos los aspectos de la producción, desde el guion a la posición y movimiento de cámara, la puesta en escena o la música y el sonido, un elemento en el que trabajaba tanto como la imagen. Ray ponía tanto empeño porque, a sabiendas o no, también estaba llevando su propia vida a la pantalla. La imprenta familiar. El esfuerzo de su madre. Una familia en la que la cultura era tan importante como respirar. La dura realidad.  El mundo de Tagore. Las mujeres fuertes. La poesía. Un país con cicatrices. La inocencia del niño. La fantasía de los libros. La sensibilidad de la música.  Todo ello está en una filmografía tan rica, tan valiosa, tan gratificante, que perdérsela sería, sí, como no haber visto nunca el sol o la luna. Kurosawa, tan sabio, tenía razón una vez más.

Un reportaje de Víctor Muñoz

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