País: Corea del Sur. Año: 2013. Director: Huh Jung. Intérpretes: Son Hyun-joo, Jeon Mi-sun, Moon Jung-hee. Género: thriller. Duración: 107 mins.
Existe una leyenda urbana, que recorre toda Corea del Sur, que asevera que hay ocupas que invaden hogares ajenos y se esconden allí, secretamente, hasta arrebatárselos a sus legítimos propietarios. Una leyenda poco creíble, todo hay que decirlo, pero que le sirve al debutante Huh Jung para construir un thriller paranoico, en el que esta premisa se convierte en la peor pesadilla que padecerá una familia de clase media, formada por una inocente madre, que se dedica en cuerpo y alma al cuidado de sus dos hijos pequeños, y un padre que padece algún tipo de trastorno provocado por la extraña desaparición de su hermano, con el que arrastra una serie de disputas familiares. Su búsqueda por los recovecos del bloque de apartamentos, donde figura que se hospeda, le hará descubrir el macabro secreto que se esconde entre las paredes de esas destartaladas viviendas de protección oficial. A priori la trama inicial pinta muy bien, el problema es la poca pericia que el realizador demuestra con el género, pues la confección de la mayoría de secuencias intrigantes queda lastrada por un montaje paupérrimo; la manera en cómo emplea el tempo para desarrollar esos momentos de tensión no es lo que se espera de una cinta de estas características y la unidad temporal termina resintiéndose por ello. Puede que la falta de depuración en la escritura del guión sea la responsable de esa mala adscripción genérica, dando la sensación de que la trama está construida sobre la marcha, que fue escrita (y reescrita) a medida que avanzaba el rodaje. Es esa falta de solidez estructural la que nos impide considerarla una buena historia de misterio, por lo que al final se queda en un largometraje entretenido, con buenas intenciones de querer sorprender al espectador y poco más.
Lo mejor: siendo una ópera prima no tiene nada que envidiar a otros thrillers del montón realizados por directores experimentados y curtidos en la materia.
Lo peor: su conclusión es tan esperpéntica que cae en lo ridículo.
País: Singapur. Año: 2013. Director: Anthony Chen. Intérpretes: Chen Tianwen, Yeo Yann Yann, Angeli Bayani, Koh Jia Ler. Género: costumbrista. Duración: 99 mins.
No siempre se tiene la oportunidad de ver películas costumbristas singapurenses, y menos cuando ese costumbrismo se aprovecha para brindar una crítica social hacia un país-estado, cuya diversidad étnica y religiosa lo han conducido a conflictos y ciertas prácticas más propias de siglos pretéritos que no del presente, además de ser uno de los centros estratégicos financieros del continente asiático. Con este contexto, y situándola en 1997, justo en el momento en que se deshinchó la burbuja inmobiliaria autóctona, el realizador Anthony Chen presenta un relato algo descorazonador, en el que una familia de clase media ve cómo sus ingresos van decreciendo a medida que avanza la crisis y no saben cómo paliar la situación; aun así contratan a una asistenta filipina para que les ayude ante la llegada inminente de un nuevo miembro a la familia. Pronto, el hijo pequeño se encariñará con la sirvienta y, a pesar de sus travesuras, la contemplará como un remplazo de su verdadera y amargada madre, preocupada más por su embarazo y por no encontrar la complicidad deseada con su marido. Salvando mucho las distancias, el vínculo emocional que se establece entre el hijo pequeño y la criada, a la que le es arrebatado su pasaporte cuando entra a trabajar en la casa (el realizador hace una crítica explícita al nuevo esclavismo que sufren muchas inmigrantes filipinas en estos países del sudeste asiático), a muchos les recordará al que se daba en el filme coreano Sang Woo y su Abuela (Lee Jeong-hyang, 2002). En realidad, se trata de las experiencias autobiográficas del propio realizador, que quiso repescar su agridulce infancia con esta ópera prima que, en líneas generales, ha tenido una buena recepción crítica. Y es que viene avalada por un imprevisible alud de premios tras su pase por decenas de festivales alrededor del mundo (aquí la pudimos ver en el Festival de Cine de Gijón el pasado año). Es cine de autor contemplativo y crítico, sí. Sin embargo, permite acercarnos a una cinematografía algo olvidada y desde una óptica de realismo social ideal para conocer un poquito más de esta república de contrastes, ahora famosa por los excesos de los nuevos ricos.
Lo mejor: su fotografía naturalista.
Lo peor: su postración narrativa, amplificada por la ausencia musical, puede desalentar a más de uno, sobre todo a los que solo consumen veloces blockbusters prefabricados.
País: Japón. Año: 2013. Director: Yuya Ishii. Intérpretes: Ryuhei Matsuda, Aoi Miyazaki, Jô Odagiri, Kaoru Koabayashi. Género: costumbrista. Duración: 133 mins.
Contra todo pronóstico, The Great Passage es (y será) la película japonesa más original, inusual, a la par que emocionante y didáctica, que se haya rodado desde que la (ahora difuminada) Nueva Ola de cine nipón estallara a finales del siglo pasado. Y lo es con una premisa tan sencilla como imposible, y que al mismo tiempo refuerza la creencia de que los engranajes creativos de la industria cultural nipona son genuinamente insuperables: la elaboración del diccionario perfecto por parte del departamento de lingüistas de una editorial mediana con sede en Tokio. Para ello, un grupo de románticos filólogos sacrificarán quince años de sus vidas para lograr hacer realidad su sueño. En medio: jubilaciones inesperadas, nuevos integrantes, romances estancados y alguna que otra defunción. Shion Miura, autor de la novela de homónimo nombre en la cual Yuya Ishii ha basado su film, depositó en su relato de (no) ficción una serie de valores muy propios del pueblo japonés y que en el largometraje aparecen en todo su esplendor. Son valores que nos recuerdan la idiosincrasia de los japoneses y que pueden aplicarse a nivel universal: la cultura del esfuerzo; la perseverancia entendida no como un retroceso de la producción industrial, sino como la manera más ética de conseguir el éxito profesional; y que el compañerismo para lograr tales afrentas no está reñido en ningún caso con el carácter individualista de todos aquellos que aman recluirse en la lectura. Así, por primera vez, podemos entender el trabajo y la importancia de los lingüistas bajo su propia jurisdicción, de la dificultad de llevar adelante un proyecto de esta dimensión nacional; además, la manera cómo trabajaban, puramente artesanal, nos hace revalorar la figura literaria del diccionario, capital para la evolución de nuestras sociedades contemporáneas. Nunca antes un diccionario había contado con película propia y nos había logrado emocionar. Encima, esta historia de idealistas que pretenden conquistar el mundo de las letras lo eleva a la categoría de obra de arte. Una película magnánima para una historia de buscadores de la perfección.
Lo mejor: más allá de emocionar a todos aquellos “eruditos”, es un filme didáctico, entretenido y que recalca la importancia de preservar cualquier obra literaria. Y para los nostálgicos, la secuencia lúdica en la zona de “Kappabashi”.
Lo peor: por cuestiones idiomáticas, en la traducción se pierden algunos términos y genealogías folklóricas curiosas, como por ejemplo el hecho de que la mujer del protagonista se llame Kaguya (la princesa de la luna) y justo aparezca por primera vez en su vida en una noche de luna llena.
Por nuestro colaborador Eduard Terrades Vicens