El espacio semanal de los miércoles dedicado a las microcríticas (tres críticas de producciones asiáticas que se encuentran en el mercado del DVD/Bluray en Asia), lo dedicamos esta semana a una producción japonesa que ayer 25 de Marzo llegó al mercado español, tanto en formato DVD como en Bluray. Considerada por los aficionados como uno de los mejores estrenos del año pasado en la cartelera de cine, Una Familia de Tokio, editada por A Contracorriente Films, ha sido dirigida por el octogenario Yoji Yamada, como homenaje al que fuera su maestro Yasujiro Ozu. Hoy publicamos la crítica de la película (recordad que se hizo con el Bambú de Oro al Mejor Guión en los pasados Premios CineAsia), que complementaremos mañana con un especial sobre el director Yoji Yamada.
Cuando en 1953 el realizador japonés Yasujiro Ozu presentaba Cuentos de Tokio poco imaginaba que su película estaba destinada a convertirse uno de los clásicos del cine universal. El director contaba cincuenta y tres años y a su mando se encontraba un joven nacido en Osaka en 1931, licenciado en Derecho por la Universidad de Tokio y que en época temprana empezó a trabajar para Shochiku como ayudante de dirección. El joven se llamaba Yoji Yamada. Con motivo de los actos conmemorativos del cincuenta aniversario de la muerte de Yasujiro Ozu, el que un día fuera su alumno, ha querido rendirle un homenaje con la realización del remake de aquel film que narraba la llegada a Tokio de una pareja de ancianos para visitar a sus hijos. Inicialmente el proyecto debía iniciarse en el año 2011, pero el terremoto y consiguiente tsunami que azotó a Japón provocó el retraso de un año en la producción. Una Familia de Tokio se proyectó en una Gala Especial en el Festival de Cine de Berlín este mismo año. Hace unos días se alzaba con la Espiga de Oro a la Mejor Película en el Festival de Cine de Valladolid. Hoy llega a la cartelera española.
Mucho se ha hablado sobre la necesidad o no de hacer un remake. Sobre si los clásicos deberían mantenerse intactos, sin ofrecer una nueva versión de sí mismos. Sin directores como Yamada, o Scorssese, o Hitchcock, la historia del cine habría perdido grandes obras. Vistas en la distancia, Cuentos de Tokio y Una Familia de Tokio se complementan ofreciendo una misma historia (la de la llegada a la vejez y el paso del tiempo) en la que no sólo cambian los personajes o el contexto histórico en el que se sitúa. Hay algo más. La historia se ha contado por dos directores en dos momentos muy definidos de su propia historia. Recordemos que Yasujiro Ozu escribió y dirigió la película en pleno esplendor de su carrera cuando contaba cincuenta y tres años, mientras que Yoji Yamada lo hace en el crepúsculo tanto de su carrera como de su vida, a los ochenta años de edad. Y eso es algo que el espectador percibe.
Una Familia de Tokio se abre con el paso de un tren que atraviesa la imagen, síntesis del paso de la vida que nos transporta a través de la red viaria de nuestras vivencias. El film se estructura mediante elipsis en las que Yamada, sabio a sus años, evita mostrar aquellos momentos más emotivos a priori para el espectador. Sabe él que ofreciendo las consecuencias de lo que no vemos en pantalla, la emoción llegará al espectador de una manera más sutil, casi sin avisar. Evidentemente quedan fuera de contexto las referencias a la Segunda Guerra Mundial y a sus efectos (en Cuentos de Tokio unas de las cargas que sostienen sobre sus hombros la pareja protagonista son los efectos de la guerra y la pérdida de un hijo), para hablarnos de una pareja de ancianos que vive en el Japón contemporáneo, y sus tres hijos a los que no han visto en un tiempo y cómo cada uno, a su manera, se ha labrado su propio futuro en la gran urbe de Tokio (el mayor, médico de profesión, atiende una consulta en las afueras; la hija regenta una peluquería con un ritmo frenético; y el más pequeño, que todavía no ha formado una familia, va tirando en un trabajo temporal en el teatro). Los lazos que teje Yamada nos hablan de lo importante y de lo urgente. De la vida que llevamos. Con su sutil lápiz de artesano de la imagen (recordemos que este director no ha sido reconocido en Occidente hasta llegar al final de su carrera, gracias a su celebrada trilogía del samurai), Yamada pasea su cámara para mostrarnos la necesidad de conocernos a nosotros mismos, y a nuestras raíces. Padres e hijos son diferentes, pero al fin y al cabo, son tan iguales. Poco sospecha esa hija hiperactiva que critica la mala vida que llevó su padre cuando bebía, que no es tan diferente a él. O el hijo menor, inseguro, que arrastra el ser considerado la oveja negra de la familia, pero que tiene un gran don: ese gran corazón que ha heredado de su propia madre.
A lo largo de unos días acompañaremos a esta familia por Tokio. Asistiremos a sus celebraciones, los veremos reaccionar frente a los hechos que conforman su existencia, pero, y de ahí la grandeza, la lupa de Yamada no juzga, los personajes no son blancos o negros, están cargados de matices, de recovecos que nos ayudan a empatizar con ellos… Podríamos decir que los personajes dejan de ser personajes para convertirse en personas… Personas no tan diferentes a nosotros, espectadores. De ahí que muchas veces a lo largo de las dos horas de proyección dejemos aflorar la sensibilidad ante lo que una imagen puede provocar en nuestra retina. Algo que sólo consigue una obra maestra. Una Famila de Tokio, lo es.
Lo mejor: Verla.
Lo peor: Los prejuicios al ver un remake. La originalidad, según Gaudí, era la vuelta al origen.
Por Enrique Garcelán