Los que disfrutamos como enanos con Symbol (2009), teníamos muchas ganas de visionar el nuevo trabajo de Matsumoto, y las expectativas que habíamos depositado en su nuevo proyecto han sobrepasado la media: Scabbard Samurai es una maravilla de principio a fin, no solamente por toda la comicidad que desprenden algunas de sus alocadas escenas, sino porqué demuestra que el también comediante de Kansai es un sentimental empedernido. Y es que había maneras y maneras de narrar la patética historia de un ronin que vive como un mendigo junto a su pequeña hija y que es reclamado por un daimyo (señor feudal), con el que había mantenido un fuerte linaje en el pasado, para que haga reír al principito heredero. La única condición que se le impone es que si no lo logra deberá cometer seppuku. Podía haberse explicado de forma lineal, con un tempo tedioso y en definitiva a la manera clásica de un jidai-geki; o por el contrario había la opción de aplicar la máxima del todo vale para hacer reír a la audiencia y convertirla en una sucesión de secuencias de humor absurdo al más puro estilo Takeshi’s Castle. Matsumoto ha combinado ambas opciones en un solo filme de resultados asombrosos, convirtiéndolo en una tragicomedia de época en la que es muy fácil pasar de la risa al llanto en pocos segundos. Y es que no cuesta demasiado apiadarse de ese viejo paria que solamente conserva la funda de su katana como recuerdo del samurai que fue, pues detrás de su abatimiento moral y su demacrado aspecto físico aún queda esa alma de guerrero imbatible que reservará su último aliento para salvar a su hija; un gesto de amor que a pesar de su patetismo lo honra como persona y como progenitor.
Precisamente ese patetismo llega a su máximo paroxismo cuando debe poner en práctica los trucos más estúpidos que se han visto en una pantalla desde hace bastante tiempo, para provocar la sonrisa del príncipe autista (bautizada por el daimyo como “la gesta de los 30 días”). Puede que la repetición sistemática de esas bromas absurdas, juegos de malabares y otras burradas sin sentido terminen con la paciencia de los que ya de por sí no soportan el humor nipón. Aunque escuchando las carcajadas de la audiencia del Auditori, creo que en general ha tenido una respuesta positiva, llevándose una ovación final entre los allí presentes. Lo ideal es aguardar hasta los últimos quince minutos, pues es en donde Matsumoto da la última vuelta a la tortilla, mostrando una sensibilidad extrema hacía todos sus personajes. Es entonces cuando nos damos cuenta que, detrás de ese cómico ambulante, hay un excelente narrador que consigue embriagarnos con sus deslumbrantes relatos poblados por una serie de personajes marginales que convierten la locuacidad en una abstracción artística (los diálogos que establecen los dos zopencos carceleros para hallar nuevas maneras de hacer despertar la sonrisa del príncipe; la diaria sentencia que dicta uno de los consejeros después de que haya fracasado el invento en cuestión, expresada en diversas tonalidades en función de lo demencial que haya sido la burrada ofertada por el viejo ronin; o la letra de la canción final repleta de silogismos entorno al mundo samurai). Eso sí, recomendamos que os llevéis un paquete de pañuelos, pues es casi imposible contener las lágrimas en sus últimos minutos, aunque en realidad no son llantos de tristeza ya que como manda la tradición nipona budista en algún punto confluirán nuestras almas, y es en ese respetuoso recoveco espiritual, que tal y como vemos en el filme traspasa de generación en generación, en dónde el antiguo samurai devora mazorcas nos volverá hacer reír.
Scabbard Samurai pues es una de las mejores producciones japonesas del presente año, y una firme candidata a convertirse en el mejor filme asiático del 2011. Y si me equivoco, siempre tendré tiempo de cometer seppuku.
LO MEJOR: La canción del desenlace, que sirve de despedida para un personaje.
LO PEOR: En algunas escenas cortarías al principito a láminas…
Por nuestro colaborador Eduard Terrades Vicens