Japón tiene una producción anual de unas 600 películas. A lo largo del año llegan a nuestra cartelera tres, a lo sumo cuatro producciones. De la misma manera que hoy en día Akira Kurosawa o Yasujiro Ozu son considerados dos clásicos de la cinematografía nipona, de aquí a un tiempo, corto quizás, la figura de Hirokazu Kore-eda será recordada como la de aquel director que supo dibujar como ningún otro realizador el costumbrismo de la familia japonesa. Nuestra hermana pequeña, que se estrena hoy en toda España, es su última producción: una muestra más de la sensibilidad de una persona que conoce, como pocos, que la felicidad se compone de la suma de pequeños momentos.
Para la trama de Nuestra hermana pequeña, como ya lo hiciera previamente en su película Air Doll, el director adapta la novela gráfica, Umimachi Diary, escrita por la mangaka Akimi Yoshida. Una historia que Kore-eda ha reescrito potenciando a unos personajes y haciendo desaparecer a otros, para mantener el pulso de la narración. Un relato que pincela la historia de tres hermanas que viven en la casa familiar después de que tanto su padre como su madre las hayan abandonado. Un día reciben la noticia de la muerte del padre que ha rehecho su vida lejos del núcleo familiar. La curiosidad por conocer el entorno en el que ha vivido sus últimos años hace que las tres hermanas acudan al funeral… donde se encontrarán a una nueva hermana, hija también de su padre, a la que deciden adoptar.
Esta es la cuarta película tras Nadie Sabe, Kiseki y De tal padre tal hijo en la que Kore-eda explora el núcleo familiar para tratar el abandono que sufren los niños fruto del vaivén de separaciones que acontecen en la sociedad japonesa. No busca Kore-eda explicar ni justificar las causas de éstas, pero sí es cierto que la fragmentación familiar es uno de los problemas que con mayor frecuencia se somete a la lupa del director. Mientras que en las ocasiones previas, el foco del problema residía en el abandono de los niños y en los problemas derivados en primera instancia, en esta ocasión se valora la separación a través del peso de la memoria, es decir, de los recuerdos (de los vividos y de la ausencia de ellos). Y vemos cómo estos recuerdos de alguna manera influyen en la vida que viven las tres hermanas. Aunque serán los personajes los que finalmente aceptarán su destino, y no lo harán de una forma resignada, sino aceptando las consecuencias derivadas de ello.
Las películas de Kore-eda son películas de personajes. Nuestra hermana pequeña es una película de mujeres, aunque en la trama no sólo destacan éstas, sino también todos y cada uno de los personajes secundarios que con su mínima presencia logran establecer los lazos entre los diferentes miembros de la familia. Sin duda, destacan por encima de todos ellos Haruka Ayase (Sachi), la hermana mayor, con un gran sentido de la autodisciplina y del deber que se exige a lo largo de toda la película, algo que hace complicado que el espectador pueda identificarse con ella en algunos momentos y, por otra parte, la hermana pequeña Suzu Hiroshe (Suzu Asano), que aprenderá a vivir bajo la tutela de tres hermanas dejando que los sentimientos y los recuerdos vayan aflorando como los cerezos en flor. Uno de los mejores momentos del film viene de estos dos personajes, cuando Sachi ve en la hermana pequeña un espejo de sí misma, con lo que observamos su grado de empatía y conexión.
Una de las sutilezas del director es relacionar a partir de pequeños detalles las relaciones existentes entre las hermanas protagonistas de la historia. En este caso Kore-eda lo hace a través del paso de las estaciones (primavera, verano, otoño e invierno) y de las relaciones culinarias (comidas que recuerdan algún momento especial). Ambos conceptos le servirán a Kore-eda para marcar el cambio en las relaciones entre las hermanas y en el modo de aceptar y entender el abandono que han sufrido. El viaje en bicicleta a través de un túnel formado por los cerezos en flor, la pesca de chanquetes a la llegada del verano, la elaboración de licor de ciruelas o la celebración de los fuegos artificiales donde las jóvenes visten kimonos, otorgan a la película la grandeza de los pequeños momentos. Caminar, comer, sonreír ante una adversidad, son momentos que componen nuestras rutinas diarias, esas que se hacen tan reconocibles en las películas de Kore-eda.
Al igual que sucediera con Still Walking (Caminando), el día a día es el motor de la narración: los pequeños detalles, a penas insignificantes llenan la pantalla. A pesar de no existir grandes conflictos (uno de ellos aparece en el minuto 80, cuando reaparece la madre de las tres hermanas), la película logra avanzar y conseguir sus objetivos. Es en estos pequeños detalles donde reside la fuerza de la narrativa de Kore-eda. A diferencia de lo que sucedía en De tal padre tal hijo, su penúltima película con ese final catártico y emocional, los cambios en esta ocasión son más sutiles. Uno de ellos, quizás el más importante, es el momento en el que la hermana mayor cambiará su posición con respecto a ese padre al que no pudo llegar a conocer del todo. Mientras que a lo largo de toda la película la joven se refiere a él como «aquel imbécil que fue un inútil«, acercándose al final del metraje, mientras camina por la playa viendo cómo su hermana pequeña corretea alrededor, dice: «quizá mi padre fuera un inútil, pero fue una buena persona«.
Muchas veces cuando salimos de ver una película nos sentimos entusiasmados ante la aventura que acabamos de contemplar, o compungidos ante el drama que acabamos de ver. Algo diferente ocurre cuando salimos de ver una película de Kore-eda. Da la sensación de que conocemos a los personajes de toda la vida, y lo que es mejor, los amamos y queremos como si formaran parte de nuestra propia familia.
Sin duda, al salir de ver Nuestra hermana pequeña de Hirokazu Kore-eda salimos mejores personas. Y eso es algo muy difícil de conseguir. Créanme, vayan a verla, se reconciliarán con la vida.
Enrique Garcelán y Gloria Fernández