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Diario de una botella de sake en el Festival de Las Palmas. Día tres. Los lunes al sol

05/04/2011

Los lunes son días especiales dentro de un festival. Días que nada tienen que ver con el resto de los lunes del año. A saber: el primer día de la semana es el que más rabia te da despertarte. Y desde luego, mejor que nadie te hable hasta que llegues al trabajo, ya que no empiezas a sentirte bien hasta bien pasadas las seis de la tarde. En un festival la cosa cambia, por eso los llamo. “los lunes al sol”. A saber: la programación no es tan estresante como lo ha sido durante el fin de semana; ¡por fin puedes tomarte un café tranquilo repasando la programación! Y lo mejor, cuando caminas por la calle rumbo a la sala de cine, tienes la sensación de que el tiempo se estira y se estira…mucho más que los brazos elásticos de Mister Fantástico en el universo de Stan Lee, donde va a parar. Sin duda, son mis días favoritos del año.
Me levanto, Lo primero que hago es mirar a través de la ventana. No hay duda, me coloco el bañador (prometí que si llovía, iba con el bañador a la sala. Otra vez, mejor me callo). La primera parada es la cafetería frente a los Monopol. El desayuno de los campeones: café y algo más de café. La primera sesión está a punto de comenzar. Luces. Cámara. Acción.
Black Blood (Zhang Miaoyan, China, 2010) Leo con detenimiento el nombre del director. Amaia Torrecilla (una de las dos personas responsables del BAFF con la que comparto sesión), me comenta que proyectaron su primera película  en el 2006, Xiaolin Xiaolin y que es un director bastante interesante. Miro su edad: nació en el año 64. Ya tenemos algo en común, me digo. Imagino entonces lo difícil que debió ser nacer en Manchuria y crecer inmerso en la Revolución Cultural. Empezar a escribir a temprana edad y ser censuradas todas las historias que escribes. Los personajes que habitan en Black Blood viven en esta sensación de hermetismo e inmovilidad. Una pareja de campesinos (marido, mujer y niña) viven abandonados en medio de la nada. Mientras la radio nacional habla de los logros de la nueva economía china, él bebe un cazo tras otro de agua. Una acción que veremos reiteradamente en la pantalla. Pronto descubriremos el porqué. Porqué ese hombre que aparenta treinta y tantos, aunque quizá tenga veintidós años, vende su sangre a diario en el mercado negro, para asegurarle a su hija un futuro que él solo escucha a través de la radio. Una película que camina con ritmo propio, pero que lentamente, si le damos espacio, cala en el espectador y nos transporta a otra China, lejos de las aglomeraciones que Jia Zhangke nos mostrará en I Wish I Knew… Lejos de todo el mundo.
Robert Aldrich, realizador de cintas inolvidables como Qué fue de Baby Jane?, Doce del Patíbulo o El Beso Mortal, ha sido el encargado de sumergirme en mi cita diaria con el cine negro americano, con la adaptación de la novela “No hay Orquídeas para Miss Blandish” (James Hadley Chase), uno de los grandes hitos de la novela negra ambientado en plena depresión americana. Influenciado por películas como Bonny and Clyde (1967) o Mamá Sangrienta (1970), Aldrich consigue con La Banda de los Grissom (USA, 1971), una de las mejores películas de gángsters rurales de la época de la depresión. Una banda de psicópatas gobernada por una madre de armas tomar se topa con el secuestro de una joven millonaria. No hay tregua desde el primer minuto, y así nos lo hacen ver los protagonistas, con sus rostros sudorosos desde el primer al último fotograma. La función no tiene pinta de acabar bien, y desde luego no va a acabar bien. No hay empatía posible, no hay tregua para el espectador.
Pero mi cita del día se encontraba a miles de kilómetros de distancia del sur americano. Mi viaje iba a llevarme a Musan. No, no me refiero a Busán o Pusán como se conocía con anterioridad una de las ciudades portuarias más conocidas de Cora del Sur, escenario de  uno de los Festivales de cine más importantes de Asia. Mi cita estaba en un pueblo perdido de Corea del Norte, el lugar de nacimiento del protagonista de The Jorunals of Musan (Park Jung-bum, 2010). Desde que hace unos meses me enteré de la existencia de esta película, proyectada en el último Festival de Pusán donde se alzó con dos de los principales galardones, no he podido dejar de seguirla. Así he podido conocer algo más acerca de su director y actor (en la película interpreta el personaje principal). Y descubrir cómo tras realizar sus estudios de Educación Física, se embarca en la aventura cinematográfica, acabando hace tan sólo unos años, como asistente de realización de Lee Chang-dong en Poesía.
Y la verdad es que viendo las primeras imágenes de The Journals of Musan, uno tiene la sensación de encontrarse frente a alguien con la capacidad crítica y la sensibilidad que impregna Chang-dong a sus proyectos. La cámara fija su objetivo: la vida de los norcoreanos que han desertado de su país, e intentan abrirse camino en su hermana Corea del Sur. El encuadre lo atestigua: cámara en mano seguimos a nuestro protagonista hasta la iglesia, donde el coro nos recuerda preceptos tan sólidos dentro de la religión como son el perdón y la ayuda cristiana. Y el espectador empieza a tenerlo claro. Van a ser muchas las dificultades que este joven encontrará a lo largo de su camino. Y desde luego, no se equivoca.
Una mirada triste pero a la vez optimista. Un camino largo pero no infinito. The Jorurnals of Musan, como hiciera Breathless hace un par de años, mantiene nuestra fe en el cine coreano. Porque más allá de blockbusters, que los hacen y bien, la cinematografía coreana sabe también ahondar en otras temáticas que no necesitan de un holgado presupuesto para acercar al cine a los espectadores. Seguiremos con expectación el estreno de la película en Corea. Se estrena el jueves 7 de abril. Y seguiremos la carrera del joven director.
Hay muchos matices, pero me quedo con la secuencia final, ese plano fijo que el director parece no querer acabar nunca. Ese momento que lo decide todo. En el que es tan fácil desandar lo caminado.
Real como la vida misma.
Enrique Garcelán
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